Cada cual a su manera – Personajes, Acto I, Primo Intermedio Coral

In Italiano – Ciascuno a suo modo

Introducción, Advertencia
Personajes, Acto Primero, Primo Intermedio Coral
Acto Segundo, Segundo Intermedio Coral

Cada cual a su manera - Acto I
Giovanni Crippa e Ilaria Occhini, Ciascuno a suo modo, 1989

PERSONAJES de la comedia que se representa:
Delia Morello
Miguel Roca
Doña Livia Palegari,
Sus invitados,
Sus amigos,
Y el Viejo amigo de la casa
Doro Palegari, su hijo
Diego Cinci, su joven amigo
Filippo, viejo mayordomo de los Palegari
Francisco Savio, el antagonista
Prestino, su amigo
Otros amigos
El Profesor de esgrima
Un mayordomo

PERSONAJES espontáneos, que actúan fuera del escenario:
La Moreno (que todo el mundo sabe quién es)
El barón De Nuti
El traspunte
Actores y actrices
El Director de la Compañía
El gerente
Acomodadores, guardias
Cinco críticos teatrales
Un viejo autor fracasado
Un joven autor
Un literarto que disprecia la literatura
El espectador pacífico, el espectator irritado
Algunos partidarios, muchos contrarios
El espectator aristocrático
Otros espectadores, señoras y caballeros

Cada cual a su manera
Acto Primero

Estamos en el viejo palacio de la noble señora doña Livia Palegari, a la hora de la recepción que está terminando. Al fondo, a través de tres arcos y dos columnas, se ve un salón lujosísimo, muy iluminado, y muchos invitados, señoras y caballeros. En primer término, menos iluminado, casi en la penumbra, un saloncito tapizado de damasco, con ricos gobelinos que representan, la mayor parte, escenas de asunto religioso, de modo que nos parezca estar en la capilla de una iglesia profana. En este saloncito, apenas si hay un banco y alguna silla para comodidad de los que deseen admirar los tapices. No hay puertas. Algunos invitados vendrán del gran salón del fondo, para hacerse confidencias; de dos en dos; a veces, tres.

Y, al levantarse el telón, estarán en el saloncito, conversando, un Viejo amigo de la casa y un Joven perspicaz.

El joven perspicaz: (Con atormentada expresión de gallo desplumado) ¿Y a usted qué le parece? ¿Cuál es su opinión?

El viejo: (Grandilocuente, autoritario, pero también un poco malicioso, suspirando) ¡Que cuál es mi opinión!

(Pausa) No sabría decirlo.

(Pausa) ¿Qué dicen los demás?

El joven perspicaz: Pues… unos dicen una cosa… y otros, otra.

El viejo: Por supuesto. Cada cual tiene su opinión.

El joven perspicaz: Pero, si todos hacen lo que usted: esperar a que primero opinen los demás… Eso quiere decir que ninguno está muy seguro de su opinión.

El viejo: Yo sí lo estoy de la mía. Pero la prudencia me aconseja esperar, y no hablar a tontas y a locas, por si los demás saben cosas que yo ignoro, y que podrían, en parte, modificar mi opinión.

El joven perspicaz: ¿Y si lo que usted sabe fuera todo…?

El viejo: Nunca se sabe todo, amigo mío.

El joven perspicaz: Pero, ¿su opinión…?

El viejo: La tengo por cierta… hasta que me demuestren lo contrario.

El joven perspicaz: ¿Por cierta? No, señor. Admitir que nunca se sabe todo, presupone que existe siempre una prueba en contrario.

El viejo: (Lo mira, sonríe, y pregunta) ¿Y con eso quiere usted deducir que no tengo ninguna opinión?

El joven perspicaz: Si es cierto lo que usted acaba de afirmar, nadie puede tener opinión.

El viejo: Y eso, ¿no es ya una opinión?

El joven perspicaz: Sí. Pero negativa.

El viejo: ¡Mejor que no tener ninguna, amigo mío! ¡Mejor que no tener ninguna!

Lo coge del brazo y se van hacia el salón del fondo.

Pausa.

Se ve a algunas señoritas ofreciendo té y pastas a los invitados. Dos jóvenes señoras avanzan con cautela. 

La primera: (Impetuosa) ¡Me devuelves la vida! ¡Me devuelves la vida! ¡Cuéntame, cuéntame!

La otra: ¡Pero si te aseguro que sólo es una impresión mía! Puedo equivocarme.

La primera: ¡Cuando tú has tenido esa impresión, es que hay algo de cierto! ¿Estaba pálido? ¿Sonreía con tristeza?

La otra: No debí dejarlo marchar. ¡Me lo decía el corazón! Tuve sus manos entre las mías, hasta la puerta. Se había alejado ya un paso fuera de la puerta, y aún le retenía la mano. Nos habíamos dado ya el beso de despedida, pero nuestras manos no querían soltarse. Cuando entré… caí hecha un mar de lágrimas. Pero, dime, por lo que más quieras: ¿no hizo ninguna alusión?

La otra: Alusión ¿a qué?

La primera: No… Quiero decir si… así, hablando en general, como ocurre muchas veces…

La otra: No. No hablaba. Estaba escuchando lo que decían los demás.

La primera: Porque sabe el daño que nos hacemos unos a otros por esa maldita necesidad de hablar. Mientras no estemos seguros de lo que decimos, deberíamos estar todos con la boca cosida. Hablamos, y nunca sabemos lo que estamos diciendo. Pero… ¿estaba triste? ¿Era triste su sonrisa? ¿Qué decían los otros? ¿No lo recuerdas?

La otra: Pues no recuerdo. Y no quisiera hacerte concebir ilusiones. Yo puedo equivocarme. Pudo parecerme a mí que sonreía con tristeza, y a lo mejor estaba él completamente indiferente. ¡Espera! Sí: cuando uno dijo…

La primera: …¿qué dijo…?

La otra: …una frase… Espera…: «Las mujeres, como los sueños, no son nunca como las deseamos…»

La primera: ¿No fue él el que dijo esa frase?

La otra: No, no.

La primera: ¡Dios mío! Y, entretanto, yo sin saber si me equivoco o no. Yo, que siempre me he jactado de obrar a mi antojo… Soy buena, pero puedo llegar a ser terrible; y entonces ¡pobre de él!

La otra: Querida amiga, no renuncies a ser como eres.

La primera: ¿Y cómo soy? Ya, ni sé siquiera. Te juro que ya no lo sé. Todo está en el aire, sin consistencia. Voy de un lado para otro, me río… para irme luego sola a un rincón… a llorar. ¡Qué manía! ¡Qué angustia! Y continuamente me tapo la cara delante de mí misma. ¡Tanto me avergüenzo de verme cambiar!

Llegan otros invitados: dos jovencitos aburridos, muy elegantes, y Diego Cinci. 

El primero: ¿Molestamos?

La otra: No, no, al contrario. Acérquense.

El segundo: Esta es la capilla de las confesiones.

Diego: Ya. Doña Livia debería tener aquí, a disposición de sus invitados, un sacerdote y un confesionario.

El primero: ¿Para qué un confesonario? ¡La conciencia! ¡La conciencia!

Diego: Muy bien, muy bien: ¿y qué haces con la conciencia?

El primero: ¡Cómo! ¿Con la conciencia?

El segundo: (Solemne) «Mea mihi conscientia pluris est quam hominum sermo.»

La otra: ¿Cómo, cómo? ¿Habla usted en latín?

El segundo: Cicerón, señora. Todavía lo recuerdo del bachillerato.

La primera: ¿Y qué significa?

El segundo: (Como antes) «Me fío más del testimonio de mi conciencia que de los discursos del mundo entero.»

El primero: Cualquiera de nosotros hubiera dicho más modestamente: «Tengo mi conciencia y me basta.»

Diego: Si viviéramos solos.

El segundo: (Perplejo) ¿Qué quiere decir «si viviéramos solos»?

Diego: Que nos bastaría. Pero entonces, ni siquiera existiría la conciencia. Desgraciadamente, queridos amigos, estoy yo aquí, y estáis aquí vosotros. ¡Desgraciadamente!

La primera: ¿Desgraciadamente?

La otra: (Irónica) ¡Muy amable!

Diego: Claro; porque tenemos que ajustar cuentas con los demás, siempre, señora mía.

El segundo: En absoluto. Yo tengo conciencia

Diego: … ¿y no quieres comprender que tu conciencia significa «los demás dentro de ti»?

El primero: La acostumbrada paradoja.

Diego: ¿Pero qué paradoja? (Al segundo) ¿Qué quiere decir eso de que «tú tienes tu conciencia y te basta»? Que los demás puedan pensar de ti y juzgarte como les plazca, aunque sea injustamente; que sólo te interesa tener la seguridad de no haber hecho daño a nadie. ¿No es así?

El segundo: ¡Por supuesto!

Diego: ¡Bravo! ¿Y quién te da esa seguridad, sino los demás?

El segundo: ¡Esta es buena! ¡Yo mismo! Mi conciencia, precisamente.

Diego: Porque crees que los demás, en tu caso, habrían obrado como tú. ¡Por eso, amigo mío! Y porque, aparte de casos concretos y particulares que se dan en la vida… hay ciertos principios sobre los cuales todos estamos de acuerdo.¡Cuesta tan poco! Pues mira: si te encierras desdeñosamente en tu torre de marfil y sostienes que «te basta con tu conciencia», es porque sabes que todo el mundo te censura algo, e incluso se ríe de ti. Si no, no dirías eso. El hecho es que los principios siguen siendo abstractos. Nadie consigue verlos como los ves tú en tu caso particular, ni comprende nadie el acto que tú has realizado. Y entonces, ¿para qué te basta tu conciencia? ¿Quieres decírmelo? ¿Para sentirte solo? ¡Disparate! La soledad te asusta. ¿Y para qué, entonces?: te imaginas que todos los cerebros son como el tuyo, y que, llegado el caso, no tienes más que apretar el resorte para que te digan sí o no, según te convenga. Y eso te reconforta y te tranquiliza. ¡No me digas que no es un juego ventajoso, eso de que te basta tu conciencia!

La primera: Se hace tarde. Tenemos que marcharnos.

La otra: Sí, sí. Nos vamos todos. (A Diego, fingiéndose escandalizado) ¡Pero qué discursos!

El primero: Vamos; vamos nosotros también.

Vuelven al salón para saludar a la dueña de la casa y marcharse. Los pocos invitados que todavía quedan, van despidiéndose de Doña Livia, la cual, al final, avanza conversando con Diego Cinci, muy agitada. La siguen el Viejo amigo de la casa que vimos al principio del acto, y otro Viejo amigo.

Doña Livia: No, no, querido, no se vaya. Es usted el amigo más íntimo de mi hijo. Estoy toda asustada. Dígame, dígame si es verdad lo que acaban de referirme estos viejos amigos.

Viejo amigo primero: Pero si son sólo suposiciones, doña Livia.

Diego: ¿Acerca de Doro? ¿Qué le ha ocurrido?

Doña Livia: (Sorprendida) ¡Cómo! ¿Pero usted no sabe nada?

Diego: No. No será nada grave, me figuro, cuando yo no me he enterado.

Segundo viejo: (Cerrando los ojos para atenuar la gravedad de lo que dice) El escándalo de anoche.

Doña Livia: ¡En casa de Avanzi! La defensa de… de esa… ¿cómo se llama…? de esa individua.

Diego: Pero ¿qué escándalo? ¿Qué individua?

Viejo amigo primero: (Como antes) ¿Cuál va a ser? La Morello.

Diego: ¡Ah! ¿Se refieren a Delia Morello?

Doña Livia: Luego, usted la conoce.

Diego: ¿Y quién no la conoce, señora?

Doña Livia: ¿Y mi Doro, también? Luego es verdad. ¡La conoce!

Diego: Supongo que la conocerá. Pero ¿de qué escándalo se trata?

Doña Livia: (Al Viejo amigo primero) ¡Y usted me decía que no…!

Diego: Como la conoce todo el mundo, señora. Pero ¿qué ha sucedido?

Viejo amigo primero: ¡Eso es! Lo que yo decía. «A lo mejor, ni siquiera ha hablado nunca con ella.»

Segundo viejo: ¡Claro! La conocerá por su fama.

Doña Livia: ¡Y se puso a defenderla…! ¡Hasta casi llegar a pegarse…!

Diego: …¿con quién?

Segundo viejo: …con Francisco Savio.

Doña Livia: ¡Es increíble! ¡Llegar hasta ese extremo! Y en una casa respetable… ¡por una mujer como esa!

Diego: Quizá, al discutir…

Viejo amigo primero: …claro. En el acaloramiento de la discusión…

Segundo viejo: …como pasa muchas veces.

Doña Livia: Por favor, no traten ustedes de engañarme. (A Diego) Dígame, dígame usted, querido Diego. Usted conoce todos los asuntos de Doro…

Diego: …puede usted estar tranquila, señora…

Doña Livia: … ¡no! Si es usted un verdadero amigo de mi hijo, tiene usted el deber de decirme francamente todo lo que sepa.

Diego: ¡Pero si no sé nada! Y la verdad es que nada debe de haber ocurrido. ¿Va usted a hacer caso de habladurías?

Viejo amigo primero: No, no es eso…

Segundo viejo: …no se puede negar que ha causado impresión a todo el mundo.

Diego: ¡Pero ¿el qué? por el amor de Dios!

Doña Livia: ¡Esa defensa escandalosa! ¿Le parece poco?

Diego: Pero ya sabe usted, señora, que desde hace tres semanas no se habla más que del caso de Delia Morello. En todas partes. Hasta en los periódicos. ¿No lo ha leído usted?

Doña Livia: Sí. ¡Que un hombre se suicidó por ella!

Viejo amigo primero: Un joven pintor: Salvi.

Diego: Jorge Salvi, en efecto…

Segundo viejo: …que prometía tanto, según parece.

Diego: Y parece ser que no es el primero.

Doña Livia: ¡Cómo! ¿Ha habido otro antes…?

Viejo amigo primero: …sí. Eso decía un periódico…

Segundo viejo: …¿que ya otro se había matado por ella…?

Diego: …un ruso, hace años, en Capri.

Doña Livia: ¡Dios mío, Dios mío!

Diego: ¡Por favor, no piense usted ya que Doro va a ser el tercero! Crea usted, señora, que, aun lamentando el trágico fin de un artista como Jorge Salvi, después de conocer el desarrollo del hecho, se puede intentar también la defensa de esa mujer.

Doña Livia: ¿También usted?

Diego: También yo. ¿Por qué no?

Segundo viejo: ¿Desafiando la indignación de todo el mundo?

Diego: Sí, señor: le digo que se la puede defender.

Doña Livia: ¡Dios mío! ¡Mi Doro que era tan serio!

Viejo amigo primero: ¡Tan reservado!

Segundo viejo: ¡Tan digno!

Diego: Si le llevaron la contraria, es posible que se excediera… que se dejara llevar…

Doña Livia: No, no. ¡No trate usted de engañarme! ¿Es una actriz esa Delia Morello?

Diego: Es una loca, señora.

Viejo amigo primero: Pero ha sido actriz de comedia.

Diego: La han despedido de todas las compañías, por sus extravagancias. Tanto, que ya no hay quien quiera contratarla. «Delia Morello» será un nombre de guerra. ¡Cualquiera sabe quién es, ni de dónde procede!

Doña Livia: ¿Es guapa?

Diego: Guapísima.

Doña Livia: ¡Todas lo mismo, esas condenadas! ¿Y Doro la habrá conocido en el teatro?

Diego: Creo que sí. Pero debe haber hablado con ella muy pocas veces. En el camerino, quizá. Y, en el fondo, no es una mujer tan terrible como todos se figuran. Puede usted estar tranquila.

Doña Livia: ¿Después de haberse matado dos hombres por ella?

Diego: Yo no me habría matado.

Doña Livia: Les haría perder el juicio a los dos.

Diego: Yo no lo habría perdido.

Doña Livia: ¡Pero yo no temo por usted! ¡Temo por Doro!

Diego: No tema nada, señora. Y crea usted que, si esa desgraciada ha hecho daño a otros, el mayor daño se lo ha hecho siempre a sí misma. Es una de esas mujeres víctimas de su destino, siempre desplazadas, huyendo siempre, y sin saber nunca adonde irán a parar. A veces me parece una pobre niña miedosa que busca dónde refugiarse.

Doña Livia: (Impresionadísima, agarrándolo por el brazo) ¡Diego! ¡Eso lo ha dicho Doro!

Diego: No, señora.

Doña Livia: (Insistiendo) ¡Sea usted sincero, Diego! ¡Doro está enamorado de esa mujer!

Diego: Pero ¿no le he dicho que no?

Doña Livia: (Como antes) Sí, sí. Está enamorado de ella. Esas frases son las de un enamorado.

Diego: Pero las he dicho yo, no las ha dicho Doro.

Doña Livia: No es verdad. Esas frases son de Doro. No habrá quien me lo quite de la cabeza.

Diego: (Viéndose cogido) ¡Oh, Dios mío…! (De pronto, inspirado, con voz clara) Señora… ¿No se imagina usted… ¡qué sé yo…! una calesa… por la carretera… a través de los campos… en un día de sol espléndido…?

Doña Livia: (Asombrada) ¿Una calesa? ¿Y qué tiene que ver…?

Diego: (Con ira, verdaderamente conmovido) Señora, ¿sabe usted cómo me encontré yo mientras velaba a mi madre moribunda? ¡Viendo a un insecto de alas planas y seis patas, caído en un vaso de agua que había encima de la mesilla! ¡Y no me di cuenta de la muerte de mi madre! ¡Tan absorto estaba mirando la fe que aquel insecto tenía en sus patas traseras, más largas que las otras, para poder saltar! Nadaba desesperadamente. No renunciaba a la idea de saltar, aun dentro del líquido. Y algo que se le había pegado a las patas se lo impedía. Ante la inutilidad de sus esfuerzos, se limpiaba con sus patas delanteras, y volvía a su intento. Estuve más de media hora observándolo. ¡Lo vi morir… y no vi morir a mi madre! ¿Ha comprendido usted? ¡Déjeme en paz!

Doña Livia: (Confusa, asombrada, después de haber mirado a los otros dos, también confusos y asombrados) Le ruego me dispense… Pero no veo qué relación…

Diego: ¿Le parece absurdo? Mañana se reirá usted, se lo digo yo, de toda esa vana preocupación por su hijo… cuando se acuerde de la calesa que he hecho pasar delante de usted para distraerla. Yo no puedo reírme lo mismo cuando me acuerdo de aquel insecto que tuve a la vista mientras moría mi madre.

Pausa.

Doña Livia y los dos amigos, después de esta brusca derivación, se miran de nuevo más asombrados que nunca, sin conseguir, a pesar de su buena voluntad, relacionar la calesa con el tema de su conversación. Diego Cinci está seriamente conmovido por el recuerdo de la muerte de su madre, por lo que Doro Palegari, que entra en este momento, lo encuentra en ese estado de ánimo.

Doro: (Sorprendido, después de una mirada) ¿Qué ha pasado?

Doña Livia: (Recobrándose) ¡Ah…! ¡Por fin estás aquí! Doro, Doro, hijo mío, ¿pero qué has hecho? Estos amigos me han dicho…

Doro: (Fuera de sí, irritadísimo) …lo del escándalo, ¿verdad? Que estoy loco por Delia Morello, ¿no? Todos los amigos que me encuentro en la calle me hacen un guiño: «Y Delia Morello, ¿eh?» ¡Pero, por Dios! ¿En qué mundo vivimos?

Doña Livia: Porque tú…

Doro: …¿Yo, qué? ¡Es increíble, palabra de honor! ¡Ha llegado a ser un escándalo!

Doña Livia: …has defendido…

Doro: …¡no he defendido a nadie!

Doña Livia: …en casa de Avanzi, anoche…

Doro: …en casa de Avanzi, anoche, oí a Francisco Savio hablar del suicidio de Salvi, del que habla todo el mundo.

Expresó una opinión que me pareció injusta, y la combatí. Eso es todo.

Doña Livia: Pero dijiste cosas…

Doro: …¡es posible que dijera muchas tonterías! ¿Acaso sé yo lo que dije? Las palabras salen solas, una tras otra. ¿Pero es que no puede uno opinar sobre las cosas que ocurren? Creo que un acontecimiento puede tener muchas interpretaciones, según quien lo juzgue. Hoy de manera… y mañana quizá de otra. Si veo mañana a Francisco Savio, estoy dispuesto a reconocer que tenía razón él, y que era yo el que se equivocaba.

Viejo amigo primero: ¡Ah…! ¡Eso es muy bueno!

Doña Livia: ¡Hazlo, Doro! ¡Sí, hazlo, hijo mío…!

Segundo viejo: …para zanjar la cuestión de una vez.

Doro: Pero no es por eso. Me importa un bledo todo lo que digan. Lo que quiero es vencer en mí mismo esta indignación que experimento…

Viejo amigo primero: …es justo; sí, sí, es justo.

Segundo viejo: …al verse mezclado…

Doro: ¡Nada de eso! Francisco Savio dijo algo que era inexacto. Yo discutí… y exageré la nota, llevado por el calor de la discusión. Pero reconozco que, en el fondo, tenía razón Francisco Savio. Ahora, después de reflexionar, lo veo así, y estoy dispuesto a reconocerlo delante de él… delante de todos, para acabar de una vez con esta historia. Más, no puedo hacer.

Doña Livia: ¡Muy bien, muy bien, Doro mío! Me alegro mucho de que reconozcas desde ahora, aquí, delante de tu amigo, que no se puede defender a una mujer como ésa.

Doro: ¿Por qué él también decía que puede defenderse?

Viejo amigo primero: Sí… lo decía; pero… por pura fórmula… para tranquilizar a tu madre…

Doña Livia: ¡Sí! ¡Vaya un modo de tranquilizarme! Menos mal que me has tranquilizado tú ahora. Gracias, Doro mío.

Doro: (Sorprendido por el agradecimiento) Pero, ¿hablas en serio? ¿Ves? ¡Me pones más indignado que estaba!

Doña Livia: ¿Porque te doy las gracias?

Doro: ¡Naturalmente! ¿Por qué me das las gracias? ¿Es que tú también has podido creer…?

Doña Livia: ¡No, no!

Doro: Entonces, ¿por qué me das las gracias, y dices que has quedado tranquila «ahora»?

Doña Livia: No pienses más en ello, hijo mío.

Doro: (A Diego) ¡Cómo! ¿Tú crees que se podía defender a Delia Morello?

Diego: Deja ya ese asunto. ¡Ahora que tu madre se había tranquilizado…!

Doro: No, no. Me gustaría saberlo.

Diego: ¿Para seguir discutiendo conmigo?

Doña Livia: ¡Basta, Doro!

Doro: (A su madre) No. Es por curiosidad.

(A Diego) Por ver si tus argumentos son los mismos que esgrimía yo contra Francisco Savio.

Diego: Y en ese caso… ¿cambiarías de nuevo tu opinión?

Doro: ¿Crees que soy una veleta? «No se puede afirmar – decía yo – que Delia Morello deseara la ruina de Salvi por el hecho de traicionarlo con otro las vísperas de la boda; porque la ruina de Salvi hubiera sido precisamente su matrimonio con ella.»

Diego: ¡Eso es! ¡Muy bien! Pero ¿sabes lo que le pasa a un cirio apagado en un entierro? Que deja de verse la llama… ¡pero se ve el humo!

Doro: Que estoy de acuerdo contigo: que la Morello lo sabía; y que precisamente por eso no quería ir al matrimonio. Pero todo esto no está claro… quizá ni para ella misma. Y en cambio, ven todos el humo de su supuesta perfidia.

Doro: (Rápido, con ardor) ¡No, no, querido amigo! ¡La perfidia no era supuesta! ¡Era real… y refinadísima! Hoy he pensado mucho sobre ello. Ella aceptó al otro, a Miguel Roca, para vengarse de Salvi, como sostenía anoche Francisco Savio.

Diego: ¡Y ahora resulta que tú estás de acuerdo con Francisco Savio! Vamos a hablar de otra cosa.

Viejo amigo primero: ¡Muy bien! Ante tal razonamiento, es lo mejor que se puede hacer. Y nosotros nos vamos, Doña Livia… (Le besa la mano)

Segundo viejo: (Lo mismo) …celebro que todo se haya puesto en claro. (A los dos jóvenes) Buenas noches, amiguitos.

Viejo amigo primero: Buenas noches, Doro. Hasta la vista, Diego.

Diego: Buenas noches. (Lo lleva aparte, y le dice en voz baja, maliciosamente:) ¡Enhorabuena!

Viejo amigo primero: (Atolondrado) ¿Por qué?

Diego: Noto con placer que en usted hay siempre escondido algo que, por fortuna, nunca sale a la superficie.

Viejo amigo primero: ¿En mí? ¡No…! ¿El qué?

Diego: ¡Vamos…! Usted se guarda lo que piensa. Pero estamos de acuerdo, ¿sabe?

Viejo amigo primero: ¡Mmmm…! No caigo… ¡qué quiere que le diga!

Diego: (Llevándoselo un poco más aparte) ¡Yo, incluso me casaría con ella! Pero, con lo que tengo, apenas si me basta para mí. Sería como acoger a otro bajo el sombrero cuando llueve… ¡para mojarnos los dos!

Doña Livia: (Que entretanto, tranquilizada, ha estado conversando con Doro y el otro Viejo amigo; volviéndose al primero, que ríe) ¿Qué es eso, amigo mío…? ¿De qué se ríe…?

Viejo amigo primero: Nada: ¡bribonadas!

Doña Livia: (Cogida de su brazo, y seguida por el otro Viejo amigo, avanza hacia el salón, del que desaparecen por la derecha mientras siguen hablando) …si va usted mañana a casa de Cristina, dígale que esté preparada a la hora convenida…

Desaparecen Doña Livia y los dos viejos. Doro y Diego quedan un rato en silencio. A sus espaldas, el salón desierto e iluminado hace una curiosa impresión.

Diego: (Abriendo los dedos de las dos manos en abanico y cruzándolos para formar una especie de red se acerca a Doro para mostrársela) Así es… mira… ¡Así…!

Doro: ¿El qué?

Diego: …la conciencia de que hablábamos hace un momento. Una red elástica, que, si se afloja un poco, ¡adiós!, se escapa la locura que anida dentro de cada uno de nosotros.

Doro: (Después de un breve silencio, consternado y receloso) ¿Lo dices por mí?

Diego: (Casi para sí) Se nos aparecen como fantasmas las imágenes acumuladas durante tantos años, fragmentos de vida que tal vez hemos vivido, y nos ha permanecido oculta, porque no hemos querido, o no hemos podido reflejarla en nosotros a la luz de la razón; actos ambiguos, mentiras vergonzosas, secretos rencores, crímenes meditados a la sombra de nosotros mismos hasta en los últimos detalles, deseos inconfesados: todo, todo nos sale a relucir, y nos deja desconcertados y horrorizados.

Doro: (Como antes) ¿Por qué dices eso?

Diego: (Mirando fijamente al vacío) Llevaba nueve noches sin dormir…

Se interrumpe para dirigirse de pronto a Doro

Diego: ¡Prueba, prueba a no dormir durante nueve noches seguidas…! Aquella tacita de mayólica que había encima de la cómoda, con una sola listita azul… Y aquel tin-tin, ¡qué muerte, aquella campana! Ocho, nueve… las contaba todas: diez, once… la campana del reloj… doce… Y luego, a esperar que diera el cuarto. No hay ningún afecto que resista, cuando has descuidado las necesidades primordiales que hay que satisfacer. Sublevado contra la suerte feroz que conservada todavía allí, agonizante e insensible, el cuerpo…, ya sólo el cuerpo, casi irreconocible, de mi madre… ¿sabes lo que pensé…? Pensé que… ¡Dios mío, ya podía acabar de una vez con aquel estertor!

Doro: Pero tu madre murió hace ya más de dos años, ¿no?

Diego: Sí. ¿Sabes cómo me sorprendí a mí mismo durante un momento en que cesó aquel estertor, en el terrible silencio de la habitación, al volver la cabeza, no sé por qué, a la luna del armario? Inclinado sobre el lecho, quise cerciorarme de si estaba muerta. Como si quisiera que yo la viera, mi cara conservaba en el espejo la expresión indecisa con que había mirado para espiar con un susto casi alegre… la liberación. Y en aquel momento, al oír de nuevo el estertor, me horroricé de mí mismo de tal modo que me tapé la cara, como si hubiera cometido un crimen. Y rompí a llorar… y sentí el deseo de que ella me consolara, como cuando era niño; que me compadeciera por aquel horrible cansancio… que me había hecho desear su muerte; pobre mamá, que pasó tantas noches sin dormir, para cuidarme a mí cuando era pequeño y estaba enfermo…

Diego: (Encogiéndose de hombros) Pero ¿por qué te has irritado tanto cuando tu madre te agradeció que la hubieras tranquilizado?

Doro: Porque había podido suponer, también ella…

Diego: No me digas: que tú y yo nos entendemos con sólo mirarnos.

Doro: (Encogiéndose de hombros) Pero ¿qué has entendido?

Diego: Si no fuera verdad, te habrías reído en lugar de enfurecerte.

Doro: ¡Cómo! ¿También tú piensas en serio…?

Diego: …¿yo? ¡Tú lo piensas!

Doro: ¡Si ahora le doy la razón a Savio!

Diego: ¿Ves? Ayer, blanco; hoy, negro. Y te has irritado también contra ti mismo, por tus «exageraciones».

Doro: Porque reconozco…

Diego: …¡no, no! ¡Lee claro, lee claro en ti mismo!

Doro: ¿Pero qué quieres que lea, hazme el favor?

Diego: Ahora le das la razón a Francisco Savio… ¿sabes por qué? Para reaccionar contra un sentimiento que anida dentro de ti, sin que tú mismo lo sepas.

Doro: ¡No hay nada de eso! ¡Me haces reír!

Diego: ¡Sí, sí!

Doro: ¡Te digo que me haces reír!

Diego: En el calor de la discusión de anoche, te salió a flote, te aturdió, y te hizo decir cosas «que ignoras». ¡Cómo! Hasta crees que no las has pensado nunca. Pero las has pensado, las has pensado…

Doro: …¿cómo? ¿Cuándo…?

Diego: … ¡a escondidas de ti mismo! Amigo mío: ¡lo mismo que hay hijos ilegítimos, hay también pensamientos bastardos!

Doro: ¡Sí, los tuyos!

Diego: ¡Los míos, también! Todos queremos casarnos para toda la vida con una sola alma, la más cómoda: la que nos permite realizar nuestros deseos.

Pero luego… fuera del honesto lecho conyugal de nuestra conciencia, tenemos infinidad de pasiones y amoríos con todas las otras almas que hay encerradas en lo más hondo de nuestro ser, de las que nacen pensamientos y actos que nos negamos a reconocer, y que, obligados, adoptamos y legitimamos con reserva y cautela, de una manera acomodaticia. Ese pensamiento que tú rechazas, es un niño expósito. Pero… ¡mírale los ojos!: es tuyo. ¡Tú te has enamorado de veras de Delia Morello! ¡Como un imbécil!

Doro: (Ríe a carcajadas) ¡Me haces reír! ¡Me haces reír!

En este momento llega del salón el criado Filippo. 

Filippo: Con permiso… El señor don Francisco Savio.

Doro: ¡Ah! Aquí lo tenemos. (A Filippo) Que pase.

Diego: Yo me marcho.

Doro: ¡No, espera, que te demostraré lo enamorado que estoy de Delia Morello! (Entra Francisco Savio)

Doro: Ven aquí, ven aquí, Francisco.

Francisco: ¡Mi querido amigo Doro! Buenas noches, Cinci.

Diego: Buenas noches.

Francisco: (A Doro) He venido a decirte que lamento de veras nuestro altercado de anoche.

Doro: ¡Hombre! Precisamente tenía yo intención de ir a verte esta misma noche para decirte lo mismo.

Francisco: (Lo abraza) ¡Qué peso me quitas de encima, querido amigo!

Diego: ¡Qué cuadro! ¡Apetece pintaros, palabra de honor!

Francisco: (A Diego) ¿No sabes que por poco no hemos estropeado para siempre nuestra antigua amistad?

Doro: ¡No, hombre, no!

Francisco: ¿Cómo que no? ¡He estado malo toda la noche, créeme! Sólo de pensar cómo pude yo no comprender el sentimiento generoso…

Diego: (De pronto) …¡magnífico…! que le impulsó a defender a Delia Morello, ¿eh…?

Francisco: …delante de todos… valerosamente… contra todos, que la condenábamos sin piedad.

Diego: ¡Sobre todo, tú!

Francisco: (Con calor) ¡Claro que sí! ¡Porque no consideré las razones, a cual más justa, aducidas por Doro!

Doro: (Con despecho y cambiando de tono) ¡Ah, sí! ¿Tú, ahora…?

Diego: (Como antes) …¡magnífico! A favor de aquella mujer, ¿a que sí…?

Francisco: …¡desafiando al escándalo! ¡Impertérrito ante la risa grosera con que todos aquellos imbéciles acogían sus respuestas mordaces!

Doro: (Como antes, prorrumpe🙂 ¡Oye! ¡Tú eres un pelele!

Francisco: ¡Cómo! ¡Vengo a darte una explicación!

Doro: ¡Precisamente por eso! ¡Un pelele!

Diego: (A Francisco) ¡Quería darte explicaciones… él a ti!

Francisco: ¿A mí?

Diego: ¡A ti! ¡A ti! ¡Por todo lo que dijiste en contra de Delia Morello!

Doro: ¡Y ahora tiene el valor de venir a decirme en mis narices que tenía razón yo!

Francisco: ¡Porque he reflexionado sobre todo lo que dijiste anoche!

Diego: ¡Claro! ¡Como él sobre todo lo que dijiste tú!

Francisco: ¿Y ahora me da la razón a mí?

Diego: ¡Como tú a él!

Doro: ¡Ahora! ¡Después de haber sido anoche el hazmerreír de todos, y haber dado, aquí, un disgusto a mi madre…!

Francisco: …¿yo?

Doro: …¡tú! ¡tú! ¡sí! ¡dándome cuerda, provocándome, haciéndome decir cosas que jamás me habían pasado por la imaginación!

(Parándosele enfrente, agresivo, tembloroso) ¡No te arriesgues a ir diciendo por ahí ahora que tengo yo razón!

Diego: (Acosado) …porque reconoces la generosidad de su sentimiento…

Francisco: …¡pero si es verdad!

Doro: ¡Eres un pelele!

Diego: Harías creer que ahora sabes tú también la verdad: ¡que está enamorado de Delia Morello, y que por eso la defendía!

Doro: ¡Cállate ya, Diego, o voy a tener que meterme contigo! (A Francisco) ¡Un pelele, amigo mío, un pelele!

Francisco: ¡Es la quinta vez que me lo dices! ¡Cuidado, eh!

Doro: ¡Y te lo repetiré cien veces seguidas, ahora, mañana, y siempre!

Francisco: ¡No olvides que estoy en tu casa!

Doro: ¡En mi casa, y en la calle, y donde quieras, te lo repito, pelele!

Francisco: ¡Ah, sí! Está bien. En ese caso, hasta la vista.

Y se marcha.

Diego: (Intenta seguirlo) ¡Eh! ¡Basta ya de broma!

Doro: (Sujetándolo) ¡Déjalo que se vaya!

Diego: ¿Pero lo dices en serio? ¡Así acabas de comprometerte!

Doro: ¡Me importa tres pitos!

Diego: (Soltándose) ¡Pero estás loco! ¡Déjame ir!

Sale rápido para alcanzar a Francisco Savio. 

Doro: (Gritándole) ¡Te prohibo que te metas…!

(Lo ha perdido de vista y se pasea por el salón, murmurando entre dientes:) ¡Vamos, hombre…! ¡Tiene el valor de venir a decirme ahora que tenía yo razón…! ¡Pelele…! Después de haberle hecho creer a todos…

En este momento llega Filippo, un poco asustado, con una tarjeta de visita en la mano. 

Filippo: Con permiso…

Doro: (Deteniéndose, brusco) ¿Qué pasa?

Filippo: Una señora que pregunta por usted.

Doro: ¿Una señora?

Filippo: Sí, señor.

Le entrega la tarjeta. 

Doro: (Después de leer el nombre en la tarjeta, muy turbado) ¿Aquí? ¿Dónde está?

Filippo: Está ahí, esperando.

Doro: (Mira a su alrededor, perplejo; luego, pregunta, procurando disimular su ansiedad y turbación:) Y… mamá, ¿ha salido?

Filippo: Sí, señor, hace un momento.

Doro: Que pase, que pase.

Avanza hacia el salón para recibir a Delia Morello.

Filippo se retira y vuelve a poco para acompañar hasta las columnas a Delia Morello que aparece cubierta con un velo, sobriamente vestida, pero elegantísima. Filippo se inclina y desaparece. 

Doro: ¿Usted aquí, Delia?

Delia: ¡Para darle las gracias; para besarle las manos, amigo mío!

Doro: ¡Por Dios, qué dice usted!

Delia: ¡Oh,.sí, sí…! (Inclina la cabeza como si quisiera realmente besarle las manos que tiene todavía entre las suyas) ¡De verdad! ¡De verdad!

Doro: ¡Pero qué hace usted, por Dios! Soy yo el que debo…

Delia: ¡Por el bien que me ha hecho usted!

Doro: Pero ¿qué bien? Yo sólo…

Delia: …¡No! ¿Cree usted que es por la defensa que hizo usted de mí? ¿Qué quiere usted que me importe a mí de las defensas ni de las ofensas? ¡No me importa nada de mí misma! Mi gratitud es por lo que usted pensó, por lo que sintió; no porque lo gritara usted delante de los demás.

Doro: (No sabiendo qué actitud tomar) Yo pensé… sí, lo que – conociendo como conocía los hechos – me pareció… me pareció justo.

Delia: ¡Justo o injusto, qué importa! Es que me he reconocido, compréndame, «reconocido» en todo lo que dijo usted de mí, en cuanto me lo contaron.

Doro: (Como antes, disimulando su turbación) ¡Ah, bien…! porque… he… ¿porque he adivinado?

Delia: Como si hubiera vivido usted siempre dentro de mí; pero comprendiendo de mí lo que yo misma no había podido comprender nunca, ¡nunca! ¡Sentí un escalofrío!, y grité: «¡Sí, sí! ¡Así es! ¡Así es!» No puede usted imaginarse mi alegría, mi emoción, al verme, al sentirme en todas las razones que usted supo encontrar.

Doro: Me… alegro… me alegro muchísimo, créame. Me alegro porque me parecieron tan claras en el momento en que «se me ocurrieron», sin reflexionar, como… como por una inspiración momentánea, una adivinación, en suma, de su alma… Pero luego, se lo confieso, ya no…

Delia: …¡ah! ¿Ya no?

Doro: ¡Pero si usted me dice ahora que se ha reconocido en ellas!

Delia: ¡Amigo mío, desde esta mañana vivo de esa su adivinación, que me ha parecido igual a mí también! Tanto que me pregunto cómo ha podido usted tenerla, usted que me conoce tan poco, a fondo; y mientras tanto, yo me debato, sufro… no sé… ¡como más allá de mí misma!, ¡como si aquella que yo soy en realidad tuviera que seguir continuamente a la otra, para sujetarla, para preguntarle qué quiere, por qué sufre, qué tendría yo que hacer para amansarla, para aplacarla, para darle paz!

Doro: ¡Eso es: un poco de paz, sí! Usted la necesita, verdaderamente.

Delia: Lo veo siempre delante de mí, como lo vi caer a mis pies en un instante, blanco, desplomándose, después de aquel fogonazo; me sentí… no sé… extinguir, extinguir… mirando desde el abismo de aquel instante, la eternidad de aquella muerte imprevista, allí, en aquella cara que de repente lo olvidó todo, y quedó apagada. Y yo sola, yo sola sabía la vida que había en aquella cabeza que acababa de destrozarse por mí… ¡por mí, que no soy nada…! ¡Yo estaba loca, figúrese cómo estaré ahora!

Doro: Cálmese, cálmese.

Delia: Me calmo, sí. Y apenas me calmo… me quedo como aturdida. Todo el cuerpo aturdido. Me palpo y no me siento. Me miro las manos… y no me parecen mías. Y todo… todo lo que hay que hacer… ya no sé por qué… ¡Dios mío…! ya no sé por qué se debe hacer. Abro el bolso; saco el espejo; y en el horror de esta vana indiferencia que me invade, no puede usted imaginarse la impresión que me da mi propia imagen en la luna del espejo, mi boca pintada, mis ojos pintados, esta cara que estropeé para hacerme una máscara.

Doro: (Apasionado) Porque no la mira usted con los ojos de los demás.

Delia: ¿También usted? ¿Estaré condenada a tener que odiar como enemigos a todos aquellos a los que me acerco para que me ayuden a comprenderme? Todos deslumbrados por mis ojos, por mi boca… ¡Y ninguno se preocupa de lo que más necesito!

Doro: De su alma, sí.

Delia: Y entonces, yo los castigo por su lujuria, que me produce asco; pero antes exaspero ese repugnante deseo, para vengarme mejor, entregándole de pronto mi cuerpo al que menos se podían imaginar. (Doro afirma con la cabeza, como diciendo: «Desgraciadamente») Así, para demostrarles cuánto desprecio lo que ellos más estiman en mí. (Doro afirma nuevamente con la cabeza) ¿Que he hecho daño? Sí. Siempre he hecho daño. ¡Ah!, pero es preferible la gentuza… la gentuza que se presenta como es; que, si entristece, por lo menos no engaña; y que puede tener también su lado bueno; cierta ingenuidad, a veces, tanto más alegre y fresca, cuanto menos la esperábamos de ellos.

Doro: (Sorprendido) ¡Eso mismo dije yo! ¡Exactamente…!

Delia: (Convulsa) …sí…, sí…

Doro: …así expliqué yo, así, algunos de sus inopinados…

Delia: …extravíos… ¡ya…! saltos… saltos mortales…

(Queda de pronto con la mirada fija en el vacío, como absorta en una lejana visión) …¡Mira…!

(Luego, habla como consigo misma) Parece imposible… Ya… Los saltos mortales…

(Está de nuevo absorta) Aquella muchachita, a la que los zíngaros enseñaban a darlos… en una explanada verde, verde, junto a mi casita de campo, cuando yo era niña… (Como antes) Parece imposible que yo también haya sido niña…

(Imita, sin decirlo, el grito con que su madre la llamaba:) «¡Lili! ¡Lili!»… ¡Qué miedo, de aquellos zíngaros, no sea que de pronto recogieran su tienda y me raptaran…! (Volviendo en sí) No me raptaron. Pero yo también aprendí a dar saltos mortales, yo sola, al venir del campo a la ciudad… aquí… en medio de todo esto fingido, de todo esto falso… y no puedo marcharme… porque, ahora ya, al intentar reconstruirla en nosotros, a nuestro alrededor, la sencillez parece falsa – ¿parece? ¡lo es, lo es! – falsa, fingida ella también… ¡Ya nada es verdad! ¡Y yo quiero ver, sentir, sentir al menos una cosa, una cosa sola que sea verdadera en mí!

Doro: Esa bondad que tiene usted en el fondo, escondida; como yo intenté hacer ver a los demás…

Delia: …sí, sí; y le estoy muy agradecida, sí… pero tan complicada también esa bondad… complicada… tanto que se atrajo usted la ira, la risa de todos, por haber tratado de ponerla de manifiesto. También a mí me la ha hecho usted ver. Sí, mal vista por todo el mundo, como dijo usted, tratada con recelo por todos, allá, en Capri… Hasta creo que algunos sospechaban de mí que era espía… ¡Ah, qué descubrimiento hice, amigo mío! ¿Sabe usted lo que significa «amar a la humanidad»? Significa solamente esto: «estar contentos de nosotros mismos». Cuando uno está contento de sí mismo, «ama a la humanidad». Llenísimo de ese amor… ¡oh, feliz…! después de la última exposición de pintura de Nápoles, tenía que ser él, cuando fue a Capri…

Doro: …¿Jorge Salvi…?

Delia: …para hacer ciertos estudios… Me encontró en aquel estado de ánimo…

Doro: …¡eso es! ¡Exactamente lo que yo dije! Enteramente entregado a su arte, sin ningún otro sentimiento.

Delia: ¡Colores! ¡Para él, los sentimientos no eran otra cosa que colores!

Doro: Le propuso a usted que posara para hacerle un retrato.

Delia: …al principio, sí. Luego… Tenía una manera de pedir lo que deseaba… una manera… Era impúdico, como los niños. Y fui su modelo. Usted lo ha dicho muy bien: nada irrita tanto como verse privado de una joya…

Doro: …viva, presente ante nosotros, a nuestro alrededor, sin que podamos descubrir ni adivinar sus razones…

Delia: …¡exacto! Yo era una joya… pura… sólo ante sus ojos… pero me demostraba que también, como todos, en el fondo, sólo apreciaba en mí y sólo deseaba el cuerpo; no como los otros, para una tentativa brutal, ¡oh!

Doro: Pero eso, a la larga, sólo conduciría a irritarla a usted más…

Delia: …¡eso es! Porque, si siempre me dio náuseas el verme desasistida por aquellos otros en mis desordenadas incertidumbres, el desagrado por uno que, ¡también él!, quería el cuerpo, y nada más, pero sólo para sacar una obra de arte…

Doro: …¡ideal!

Delia: …¡exclusivamente para él…!

Doro: …debió ser todavía más fuerte, precisamente porque carecía de todo motivo de náusea…

Delia: …y hacía imposible aquella venganza que, por lo menos, podía tomar de improviso contra los otros. Un ángel, para una mujer, es siempre más irritante que una bestia.

Doro: (Radiante) ¡Esas son mis palabras! ¡Yo lo dije así, precisamente así!

Delia: Pero si estoy repitiendo sus palabras, exactamente como me las refirieron: sus palabras, que me han iluminado…

Doro: …¡Ah, eso es…! para ver claramente la verdadera razón…

Delia: …¡de lo que dice! Sí, sí: es verdad; para poder vengarme, hice que mi cuerpo empezara poco a poco a vivir ante él, no sólo para delicia de sus ojos…

Doro: …y cuando lo vio usted, como a tantos otros, vencido y esclavo, para saborear mejor la venganza, le prohibió usted que tomara otra joya que la que hasta entonces le había bastado…

Delia: …¡como única deseada, porque era la única digna de él!

Doro: ¡Y basta! ¡Basta! ¡Porque su venganza ya estaba tomada! Usted no quería, en absoluto, que él se casara con usted, ¿no es verdad?

Delia: ¡No! ¡No! ¡Luché tanto por disuadirlo! Cuando, exasperado por mis obstinadas negativas, amenazó con hacer una locura… quise marcharme, desaparecer…

Doro: Y luego le puso usted como condición, la que usted sabía que era más dura… con toda intención…

Delia: …con toda intención, sí, con toda intención…

Doro: …que él la presentara como su prometida a la madre, a la hermana…

Delia: …sí, sí… de cuyo elevado recato él estaba tan orgulloso y tan celoso… ¡Con toda intención, para que dijera que no! ¡Ah, cómo hablaba de su hermanita!

Doro: ¡Magnífico! ¡Lo que sostenía yo! Y dígame la verdad: cuando el prometido de la hermana, Roca…

Delia: (Con horror) …¡no! No hable, no hable de él, ¡por caridad!

Doro: Esa es la máxima prueba de las razones que yo defendí, y debe usted decirlo, debe decir que es verdad lo que yo sostenía…

Delia: …sí; que me entregué a él, desesperada, desesperada, cuando no vi otra salvación…

Doro: …¡eso es! ¡Magnífico…!

Delia: …para que él me sorprendiera, sí, para que me sorprendiera, e impedir así aquel matrimonio…

Doro: …que hubiera sido la infelicidad de Salvi…

Delia: …¡y la mía también! ¡La mía…!

Doro: (Triunfante) ¡Magnífico! ¡Todo lo que yo sostuve! ¡Así la defendí a usted…! ¡Y aquel imbécil que decía que no! que tanto sus negativas, como la lucha, la amenaza, el intento de desaparecer, fue todo perfidia…

Delia: (Impresionada) ¿Eso decía…?

Doro: …¡sí! Perfidia bien meditada y llevada a cabo para arrastrar a Salvi a la desesperación, después de haberlo seducido…

Delia: (Como antes) …ah… yo… ¿seducido…?

Doro: …¡seguro…! y que cuanto más desesperado estaba él, más se negaba usted, para obtener tantas cosas que él, de otro modo, no hubiera concedido jamás…

Delia: (Cada vez más impresionada y, poco a poco, desvaneciéndose) …¿Qué cosas…?

Doro: …lo primero de todo, aquella presentación a la madre, a la hermanita y a su prometido…

Delia: … ¡ah! ¿no porque yo esperara encontrar un pretexto en la oposición de él, para deshacer la promesa de matrimonio…?

Doro: …¡no! ¡no! ¡por otra perfidia, sostenía…!

Delia: (Completamente aturdida) …¿y cuál…?

Doro: …por el placer de presentarse victoriosa delante de todos, en sociedad, junto a la pureza de aquella hermanita… usted… la despreciada, la mancillada…

Delia: (Dolida) …¡ah…! ¿eso dijo?

Y queda con la mirada vaga, desanimada.

Doro: …¡eso! ¡eso!, y que cuando se enteró usted de que el prolongado retraso de aquella presentación que usted había exigido como condición, era debida a la decidida oposición de Roca, el prometido de la hermana…

Delia: …otra vez para vengarme, ¿verdad?

Doro: … ¡sí! ¡pérfidamente!

Delia: …¿de aquella oposición…? …sí, atrajo y manejó usted a Roca como una paja en un remolino, sin volver a acordarse de Salvi, sólo por el placer de demostrarle a aquella hermanita en qué consiste el orgullo y la honestidad de esos elevados paladines de la moral. (Delia queda largo rato en silencio, mirando fijamente al vacío, como sin sentido; luego, se cubre de pronto el rostro con las manos y queda así)

Doro: (Después de haberla mirado un rato, perplejo, sorprendido) ¿Qué le ocurre?

Delia: (Queda todavía un momento con el rostro cubierto; luego lo descubre y mira de nuevo al vacío; por fin, abriendo los brazos con desolación, dice:) ¡Y quién sabe, amigo mío, si no lo haría realmente por eso!

Doro: (Saltando) ¡Cómo! ¿Y entonces…?

En este momento llega Doña Livia, asustada y aguadísima, gritando desde dentro. 

Doña Livia: ¡Doro! ¡Doro!

Doro: (Al oír la voz de su madre, se levanta turbadísimo) ¡Mi madre!

Doña Livia: (Precipitándose) ¡Doro! ¡Me han dicho en la calle que el escándalo de anoche tendrá un desenlace caballeresco!

Doro: ¡Qué tontería! ¿Quién te ha dicho eso?

Doña Livia: (Volviéndose a Delia, desdeñosamente) …¡Ah! ¡Y encuentro, en efecto, a esta señora en mi casa…!

Doro: (Con firmeza, pisándole la frase) ¡En tu casa, precisamente, mamá!

Delia: Yo me voy, me voy. ¡Ah, pero eso no ocurrirá, esté tranquila, señora! ¡Lo impediré yo! Me encargaré yo de impedirlo.

Sale rápidamente, convulsa.

Doro: (Siguiéndola un momento) No se arriesgue, señora, por caridad, a interponerse…

Delia desaparece.

Doña Livia: (Gritando, para detenerlo) Pero entonces, ¿es verdad?

Doro: (Volviéndose y gritando desesperado) ¿verdad? ¿El qué…? ¿Que voy a batirme…? Quizá… pero, ¿por qué? Por algo que nadie sabe: ni yo, ni el otro… ¡y ni siquiera ella misma! ¡Ni siquiera ella misma!

Telón

Cada cual a su manera
Primo Intermedio Coral

El telón, apenas ha bajado, se levanta de nuevo para mostrar la parte del pasillo del teatro que conduce a los palcos de platea, a las butacas, y, al fondo, al escenario. Se ve a los espectadores que, poco a poco, salen de la sala después de haber asistido al primer acto de la comedia. (Otros, en gran número, se supone que salen de la sala por la parte invisible del pasillo; y no pocos, en efecto, vienen de vez en cuando por la izquierda).

Con esta presentación del pasillo del teatro y del público que figura haber asistido al primer acto de la comedia, lo que desde el principio ha aparecido en primer plano sobre la escena como representación de un sucedido de la vida, se ofrece ahora como una ficción artística; y por eso quedará como alejada y relegada a segundo plano. Más tarde, al final de este primer intermedio coral, ocurrirá que también el pasillo del teatro y los espectadores serán relegados a su vez a un tercer plano; y esto ocurrirá cuando se llegue a saber que la comedia que se representa en el escenario «tiene clave», es decir, construida por el autor sobre un caso que se supone realmente acaecido, y del cual se han ocupado recientemente las crónicas de los periódicos: el caso de la Moreno (que todo el mundo sabe quién es) y del barón de Nuti y el escultor Giacomo La Vela, que se suicidó por causa de ellos. La presencia en el teatro, entre los espectadores de la comedia, de la Moreno y de Nuti, establecerá por fuerza un primer plano de realidad, más cercano de la vida, dejando en medio a los espectadores ajenos que discuten y se apasionan solamente por una ficción artística. Se asistirá luego, en el segundo intermedio coral, al conflicto entre estos tres planos de realidad cuando, de un plano a otro, los personajes del verdadero drama asaltarán a aquellos otros, fingidos, de la comedia, y a los espectadores que tratarán de interponerse. Y entonces, la representación de la comedia no podrá continuar.

Entretanto, para este primer intermedio, se recomienda la más voluble naturaleza y la más fluida vivacidad. Ya sabe todo el mundo que a cada fin de acto de las irritantes comedias de Pirandello tienen que producirse discusiones y contrastes. Los que lo defienden, tengan, frente a los irreductibles adversarios, esa humildad sonriente que, en general, produce el admirable efecto de irritar más.

Primero se forman varios corrillos; de vez en cuando, alguien se desplaza de uno a otro, para pedir fuego. Ayuda y divierte ver cambiar de opinión, dos o tres veces, después de haber cazado al vuelo dos o tres pareceres distintos. Algún espectador pacífico fumará, y fumará su aburrimiento, si está aburrido; sus dudas, si está dubitativo; porque el vicio del humo, como cualquier otro vicio que se ha hecho habitual, tiene esto de triste, que ya no da, sino raramente, gusto por sí mismo, sino que toma la cualidad del momento en que se satisface, y del ánimo con que se satisface. Pueden también fumar, si quieren, los irritados; y reducirán a humo su irritación.

Entre la multitud, los penachos de dos «carabinieri». Algunas máscaras, algunos porteros del teatro; dos o tres mujeres de los palcos, vestidas de negro y con el delantalito blanco. Algún vendedor de periódicos pregonará sus títulos. En los corrillos, de vez en cuando, también alguna señora. No me gustaría que fumaran. Pero quizá fume más de una. Se verá a otras pasar de un palco a otro, a saludar a sus amistades.

Los cinco críticos teatrales se mantendrán, al principio y especialmente si les preguntan su opinión, muy reservados. Poco a poco se irán reuniendo para cambiar sus primeras impresiones. Los amigos indiscretos que se acercarán a escuchar, atraerán inmediatamente a muchos curiosos, y entonces los críticos se callarán, o se alejarán. No es imposible que alguno de ellos, que echará pestes y vituperios contra la comedia y contra el autor allí, en el vestíbulo, hable bien al día siguiente en la sección teatral de su periódico. Y es que una cosa es la profesión y otra cosa es el hombre que la profesa por razones de conveniencia que lo obligan a sacrificar la propia sinceridad (esto, claro está, cuando el sacrificio sea posible; quiero decir, cuando tenga sinceridad que sacrificar). Igualmente podrán mostrarse como encarnizados detractores los mismos espectadores que hayan aplaudido en la sala el primer acto de la comedia.

Fácilmente podría improvisarse este primer intermedio coral, puesto que son sobradamente conocidos y repetidos los juicios que se emiten sobre cualquier comedia de autor: «cerebrales», «paradójicas», «oscuras», «absurdas», «inverosímiles». Sin embargo, daremos aquí las frases más importantes de los actores de este intermedio, sin perjuicio de las que puedan ser improvisadas para mantener viva la confusa agitación del vestíbulo.

Primero, breves exclamaciones, preguntas, respuestas de espectadores indiferentes, que saldrán los primeros, mientras se oye el sordo murmullo del patio de butacas.

Entre dos que salen de prisa: – Voy arriba, voy a ver si lo encuentro.

– En la fila dos, número ocho. ¡No dejes de decírselo! (Inicia el mutis por la derecha)
– No te preocupes: ya se lo diré.

Uno que llega por la izquierda: ¡Ah! ¡Por fin encontraste localidad!

El que se iba de prisa: ¡Ya lo ves! ¡Hasta luego! ¡Adiós!

Sale.

Entretanto, llegan otros por la izquierda, donde se oye un gran vocerío; otros llegarán por la puerta del pasillo de butacas; otros, vienen de los palcos-platea.

Uno qualcuiera: ¡Vaya sala, eh!

Otro: ¡Magnífica! ¡Magnífica!

Un tercero: ¿Han venido ésas? ¿Las has visto?

Un cuarto: No, no; no creo.

Cambios de saludos acá y allá: «Buenas noches. Buenas noches.» Frases ajenas a la representación. Algunas presentaciones. Entretanto, espectadores favorables al autor, con el rostro encendido y los ojos brillantes, formarán grupo para cambiar las primeras impresiones, y se dispersan poco después, acercándose cada uno, ya a un cerrillo, ya a otro para defender la comedia y al autor, con petulancia y con ironía, contra las críticas de los adversarios irreconciliables, que, entretanto, se han ido juntando también.

Los favorables: ¡Hola, estamos aquí!

– ¡Dispuestos!
– ¡Parece que va muy bien! ¿Eh?
– ¡Por fin! ¡Aquí se respira!
– ¡Vaya escena, la última, con la mujer!
– ¡Y como está ella!
– Pues, ¿y la escena en que ellos dos cambian radicalmente de opinión?

Los contrarios: (Al mismo tiempo) ¡Las charadas de siempre!

– ¡Anda, averigua tú qué quiere decir!
– ¡Eso es tomarle el pelo al público!
– ¡Se está pasando ya de la raya!
– ¡Yo no he entendido una palabra!
– ¡Esto es jugar a los acertijos!
– ¡Yo digo que, si vamos a venir al teatro a pasar un mal rato…!

Uno de los contrarios: (Al corrillo de los Favorables) ¡Vosotros, sí, lo habréis entendido todo!, ¿eh?

Otro de los contrarios: ¡Hombre, claro! ¡Esos son todos muy inteligentes!

Uno de los favorables: (Acercándose) ¿Me decía usted a mí…?

El primero de los contrarios: No, a usted, no. ¡Lo decía a aquél…! (Señala a uno)

El señalado: (Avanzando) ¿A mí? ¿Me decías a mí?

El primero de los contrarios: ¡A ti! ¡A ti! ¡Pero si tú no entenderías ni «Los dos sargentos», hijo mío!

El señalado: ¡Ya! ¡Porque tú entiendes perfectamente que esto es una patochada, para darle así, con el pie, como a una piedra que se encuentra en la acera!

Voces de un corrillo vicino: – Pero ¿qué queréis entender? ¿Qué no habéis entendido? ¡Nadie sabe nada!

– Escucha; que si es, que si no es, primero dicen una cosa, y luego resulta que es otra.
– ¡Parece una burla!
– ¿Y todos aquellos discursos del principio?
– ¡Para no sacar nada en limpio!

El que se destaca (Yendo a otro corrillo) ¡Parece una burla!, ¿en? ¡Nadie sabe nada!

Voces en otro corrillo: ¡Pero la verdad es que se sigue con interés!

– ¡Pero, Dios mío, si no hacen más que darle vueltas a lo mismo!
– ¡Ah, no, pues a mí no me parece…!
– ¡Si es una manera de entender, de concebir…!
– ¿Y la ha expresado? ¡Pues eso basta!
– ¡Claro que basta! ¡No se puede pedir más!
– ¡Pero si habéis aplaudido! ¡Tú, tú, sí, que te he visto yo!
– ¡Una concepción de la vida puede tener tantas facetas…! ¡Pero si está tomada de la vida!
– ¡Pero qué…! ¡Concepción! ¿Sabes decirme en qué consiste ese primer acto?
– ¡Ésta es buena! ¿Y si no pretende consistir en nada? ¿Si quisiera precisamente mostrar la inconsistencia de las opiniones, de los sentimientos?

El que se destaca (Yendo a otro corrillo) ¡Claro! ¡Eso es! ¡Quizá no pretende consistir! ¡Está hecho a propósito! ¡Es la comedia de la inconsistencia!

Voces de un tercer corrillo: (En torno a los críticos teatrales)

– ¡Esto es una locura! ¿Pero en qué país estamos?
– Ustedes que son críticos profesionales, dennos una luz.

Crítico primero: ¡Pero, hombre! El acto es variado. Tal vez tiene algo superfluo.

Uno del corrillo: ¡Toda aquella disertación sobre la conciencia!

Crítico segundo: ¡Señores, hasta ahora sólo hemos visto el primer acto!

Crítico tercero: Pero, a decir verdad, ¿os parece lícito destruir así el carácter de los personajes, llevar la trama así, para donde sople el viento, sin pies ni cabeza? ¿Reanudar el drama, como por casualidad, por una discusión?

Crítico cuarto: ¡Pero la discusión es precisamente sobre el drama! ¡Es el mismo drama!

Crítico segundo: ¡Que, por lo demás, aparece vivo, al fin, en la mujer!

Crítico tercero: ¡Pero a mí me gustaría ver representado el drama, y en paz!

Uno de los favorables: ¡Y el personaje de la mujer está muy bien trazado!

Uno de los contrarios: Di más bien que ha retratado a las mil maravillas a la… (Nombra a la actriz que haya hecho el papel de Delia Morello)

El que se destaca (Volviendo al primer corrillo) ¡Pero el drama está vivo, en la mujer! ¡Esto es innegable! ¡Lo dice todo el mundo!

Uno del primer corrillo: (Contestándole, indignado) ¡Calla, hombre, calla! ¡Pero si es una madeja enmarañada de contradicciones!

Otro: (Embistiéndole a su vez) ¡Es la casuística de siempre! ¡Hasta más no poder!

Un tercero: (Lo mismo) ¡Todo trampas dialécticas! ¡Acrobacias cerebrales!

El que se destaca (Alejándose para acercarse al segundo corrillo) ¡Ah, sí, verdaderamente, es la casuística de siempre! Es innegable. ¡Lo dice todo el mundo!

Crítico cuarto: (Al tercero) ¿Pero qué, caracteres…? ¡A estas alturas! ¿Dónde encuentras tú caracteres, en la vida?

Crítico tercero: ¡Esta es buena! ¡Por el solo hecho de existir la palabra!

Crítico cuarto: ¡Palabras, precisamente, palabras cuya inconsistencia se trata de demostrar!

Crítico quinto: Pero yo pregunto si el teatro, que, salvo error, debe ser arte…

Uno de los contrarios: ¡Muy bien! ¡Poesía! ¡Poesía!

Crítico quinto: …se convierte sobre todo en controversia – admirable, sí, no digo que no- , contrastes, choques entre razonamientos opuestos…

Uno de los favorables: ¡Pues no veo los razonamientos por ninguna parte! Durante todo el acto no he notado ni uno solo. Si para vosotros es razonamiento la pasión que desatina…

Uno de los contrarios: Aquí tenemos a un autor ilustre. ¡Diga, diga usted qué le parece!

El viejo autor fracasado: ¡Ah, lo que es mi opinión, ya la saben ustedes!

Voces: ¡No, dígala, dígala!

El viejo autor fracasado: ¡Pues nada!, pequeños intentos intelectuales… de esos… de esos… ¿cómo diría yo…? ¡Problemitas filosóficos de tres al cuarto!

Crítico cuarto: ¡Ah, no, eso ya no!

El Viejo autor fracasado: (Engreído) ¡Y ningún trabajo profundo del espíritu, que nazca de fuerzas ingenuas y verdaderamente persuasivas!

Crítico cuarto: ¡Ah, sí, las conocemos! ¡Conocemos esas fuerzas ingenuas y persuasivas!

Un literato que desdeña el escribir: Pues para mí, lo que ofende, sobre todo, es la falta de modales.

Crítico segundo: No, no. Pues me parece que esta vez, durante todo el acto, corre un aire más puro que de costumbre.

El literato que desdeña el escribir: ¡Pero sin la menor discreción artística! ¡Escribiendo así, todos seríamos buenos!

Crítico cuarto: Yo, por mi parte, no quiero anticipar juicios, pero vislumbro, como un relámpago, un rastro de luz: tengo la impresión de ver los reflejos de un espejo que se hubiera vuelto loco.

De la izquierda llega en este momento el clamor violento, como de un tumulto. Gritan: «Sí, manicomio, manicomio», «¡Truco, truco!», «¡Tramoya!», «¡Manicomio!» Muchos acuden preguntando: «¿Qué pasa ahí?»

El espectador irritado: Pero ¿es posible que a cada estreno de Pirandello tengamos que presenciar el fin del mundo?

El espectador pacífico: Esperamos que no salgan a estacazos.

Uno de los favorables: ¡Pues no olviden ustedes que es una verdadera suerte! ¡Cuando vienen ustedes a ver las comedias de otros autores, se abandonan ustedes en la butaca, y se disponen a acoger la ilusión que la escena quiera crearles, si consigue crearla! En cambio, cuando vienen ustedes a ver una obra de Pirandello, se agarran con las dos manos a los brazos de la butaca, así ¿ven ustedes…? así… con la cabeza dispuesta a chocar, como las de los carneros, a rechazar a toda costa lo que el autor les dice. Oyen ustedes una palabra cualquiera… ¡qué se yo…! «silla» . ¡Ah, caramba! ¿Oyes?, ha dicho «silla»; pero a mí no me la da. ¡Sabe Dios lo que habrá debajo de esa silla!

Uno de los contrarios: ¡Ah, todo, todo, de acuerdo, menos un poco de poesía!

Otro contrario: ¡Muy bien! ¡Muy bien! Y nosotros queremos un poco de poesía. ¡De poesía!

Otro de los favorables: ¡Sí, vaya usted a buscar la poesía debajo de los asientos de los demás!

Los contrarios: ¡Basta ya de ese nihilismo espasmódico!

– ¡Y esa voluntad de anonadamiento!
– ¡Negar no es construir!

El primero de los favorables: (Embistiendo) ¿Quién niega? ¡Vosotros sois los que negáis!

Uno de los atacados: ¿Nosotros? ¡Nosotros no hemos dicho nunca que la realidad no existe!

El primero de los favorables: ¿Y quién os niega la vuestra, si habéis conseguido creárosla?

Un segundo: Se la negáis vosotros a los demás… diciendo que es una sola…

El primero: …la que os parece a vosotros, hoy.

El segundo: …y olvidando que ayer os parecía otra.

El primero: Porque la tenéis de los demás, vosotros, como una convención cualquiera, toda palabra vacía: «monte», «árbol», «calle», creéis que es una realidad «determinada»; y os parece un fraude, sí otro os descubre que sólo se trataba de una ilusión. ¡Necios! ¡Aquí se enseña que cada uno debe construirse el terreno que pisa cada vez, a cada paso que queremos dar, haciendo hundirse lo que no os pertenece porque no os lo habíais construido vosotros mismos, y caminabais como parásitos, como parásitos, añorando la antigua poesía perdida!

Barón De Nuti: (Que ha llegado por la izquierda, pálido, descompuesto, tembloroso, en compañía de otros dos espectadores que tratan de contenerlo) ¡Me parece que es otra cosa lo que se enseña aquí, señor mío: a pisotear a los muertos y a calumniar a los vivos!

Uno de los che lo acompañan: (Rápido, cogiéndolo de un brazo para llevárselo fuera) ¡No, no! ¡Calla! ¡Vámonos! ¡Vámonos!

El otro acompañante: (Al mismo tiempo, como el otro) ¡Vamos, vamos! ¡Por favor, vámonos!

Barón De Nuti: (Mientras se lo llevan casi arrastrando hacia la izquierda, se vuelve para repetir, convulso) ¡Pisotear a los muertos y calumniar a los vivos!

Voces de curiosos: (Entre la sorpresa general)

– Pero ¿quién es?
– ¿Quién es?
– ¡Qué cara más pálida!
– ¡Parece un muerto!
– ¡Un loco!
– ¿Quién será?

El espectador de la buena sociedad: ¡Es el Barón de Nuti! ¡El Barón de Nuti!

Voces de curiosos: ¿Y quién lo conoce?

– ¿El Barón de Nuti?
– ¿Por qué ha dicho eso?

El espectador de la buena sociedad: ¡Pero, cómo! ¿Nadie ha comprendido todavía que la comedia tiene clave?

Uno de los críticos: ¿Clave? ¿Cómo, que tiene clave?

El espectador de la buena sociedad: ¡Claro que sí! ¡Es el caso de la Moreno! ¡Calcado! ¡Como que está tomado de la vida!

Voces: ¿De la Moreno?

– ¿Quién es la Moreno?
– ¿De la Moreno? ¿La actriz que ha estado tanto tiempo en Alemania?
– ¡En Turín todo el mundo sabe quién es!
– ¡Ah, claro! ¡Es la del suicidio del escultor La Vela, ocurrido hace varios meses!
– ¡Ah, mira, mira! ¿Y Pirandello…?
– ¡Pero, cómo! ¿Pirandello se ha metido ahora a escribir comedias con clave?
– ¡A la vista está!
– ¡No es la primera vez!
– ¡Pero es perfectamente lícito sacar de la vida el argumento de una obra de arte!
– ¡Sí: cuando en ella, como ha dicho ese señor, no se pisotea a los muertos ni se calumnia a los vivos!
– Pero ese Nuti, ¿quién es?

El espectador de la buena sociedad: ¡El causante del suicidio de La Vela! ¡Precisamente el que iba a ser su cuñado!

Otro de los críticos: ¿Y por qué se metió con la Moreno? ¡En vísperas de la boda!

Uno de los contrarios: ¡Pero entonces el argumento es idéntico! ¡Ah, es formidable!

Otro: ¿De modo que están en el teatro los actores del drama auténtico, en la vida?

Un tercero: (Señalando hacia la izquierda, para aludir a Nuti) ¡Ahí está uno!

El espectador de la buena sociedad: ¡Y la Moreno está arriba, oculta en la tercera fila! ¡Se ha reconocido en seguida en el personaje de la comedia! ¡Tienen que sujetarla, porque está verdaderamente como loca! ¡Ha roto ya tres pañuelos con los dientes! ¡Acabará gritando, ya verán ustedes! ¡Armará un escándalo!

Voces: ¡Claro! ¡Y tiene razón!

– ¡Verse puesta en la comedia!
– ¡Ver su propio caso en el escenario!
– ¡Y el otro también! ¡Si estaba que metía miedo!
– ¡Ah, esto va a acabar mal! ¡Esto acaba mal!

(Se oyen los timbres que anuncian que va a empezar el segundo acto)

– ¡Ya suena el timbre! Ya va a empezar!

– ¡Va a empezar el segundo acto!
– ¡Vamos a ver, vamos a ver!

Movimiento general hacia el interior de la sala, con confusos comentarios en voz baja sobre la noticia que poco a poco se difunde. Quedan un poco retrasados tres de los favorables, a tiempo para presenciar, en el pasillo, ya libre de público, la irrupción por la izquierda de La Moreno, que ha bajado de su localidad de la tercera fila, y a la que tres amigos tratan de convencer para que abandone el teatro y no arme un escándalo. Los porteros del teatro, al principio impresionados, acaban por hacer señas ordenando silencio, para que no estorben la representación. Los tres espectadores Favorables se mantienen apartados escuchando, estupefactos y consternados.

La Moreno: ¡No, no, dejadme, dejadme!

Uno de los amigos: ¡Pero es una locura! ¿Qué quieres hacer?

La Moreno: ¡Quiero subir al escenario!

El otro: Pero ¿a qué? ¿Estás loca?

La Moreno: ¡Dejadme!

El tercero: ¡Lo mejor es que nos vayamos!

Los otros dos: ¡Sí, sí, vamos, vamos! ¡Sé razonable!

La Moreno: ¡No! ¡Quiero castigar, debo castigar esta infamia!

El primero: ¡Pero, cómo! ¿Delante de todo el público?

La Moreno: ¡En el escenario!

El segundo: ¡Oh, no! ¡Por Dios! ¡No te dejaremos cometer esta locura!

La Moreno: ¡Dejadme, dejadme! ¡Quiero ir al escenario!

El tercero: ¡Pero si los actores están ya en escena!

El primero: ¡Ha empezado el segundo acto!

La Moreno: (De repente, cambiando) ¿Ha empezado? ¡Entonces, quiero escuchar, oír, a ver qué dicen!

Y quiere volver por la izquierda.

Los amigos: ¡No, no! ¡Vámonos de aquí!

– ¡Haznos caso!
– ¡Sí, sí, vamos! ¡Vámonos!

La Moreno: (Seguida por ellos) ¡No, no, subamos! ¡Subamos al anfiteatro ahora mismo! ¡Quiero escuchar! ¡Quiero escuchar!

Uno de los amigos: (Mientras desaparecen por la izquierda) Pero ¿por qué quieres seguir atormentándote?

Uno de los portesros: (A los tres espectadores Favorables) ¿Están locos?

El primero de los favorables: (A los otros dos) ¿Habéis comprendido?

El segundo: ¿Es la Moreno?

El tercero: Pero, oye, ¿está Pirandello en el escenario?

El primero: Voy a decirle que se marche. ¡Esta noche no va a acabar bien, estoy seguro!

1924 – Cada cual a su manera
Comedia en tres actos
Introducción, Advertencia
Personajes, Acto Primero, Primo Intermedio Coral
Acto Segundo, Segundo Intermedio Coral

In Italiano – Ciascuno a suo modo

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