Cada cual en su papel – Acto III

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In Italiano – Il giuoco delle parti

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Acto Tercero

Cada cual en su papel - Acto III
Laura Marinoni y Umberto Orsini, Il giuoco delle parti, 1986

Cada cual en su papel
Acto Tercero

El mismo decorado del acto anterior. Al amanecer del día siguiente.

Al levantarse el telón, la escena está vacía y casi a oscuras. Se oye el timbre de la puerta.
Filippo: (Por la puerta de la izquierda, atravesando la escena) ¿Quién diablos será, a estas horas? ¡Pues empezamos bien!

Sale por la derecha y vuelve poco después con el doctor Spiga, de levita y sombrero de copa, cargado con dos pesados maletines de viaje llenos de un completo instrumental quirúrgico.

Spiga: ¡Ah!, ¿todavía está durmiendo?

Filippo: Está durmiendo. Hable bajo.

Spiga: Bajo, bajo, sí. ¡Caramba! ¡Durmiendo! ¡Y yo sin pegar un ojo en toda la noche!

Filippo: ¿Por él? (Señala a la puerta del fondo)

Spiga: Sí, por él… Es decir: pensando en todo lo necesario…

Filippo: ¿Y qué tiene usted ahí? (Señala los dos maletines)

Spiga: Todo lo necesario, te digo.

(Se acerca a la mesa, sobre la cual está extendido el mantel) ¡Quita este mantel, quítalo…!

Filippo: ¿Qué dice?

Spiga: Tengo aquí el mío…

(Lo saca de un maletín. Es un mantel quirúrgico, de hule blanco)

Filippo: ¿Y qué quiere usted hacer con eso?

Spiga: Voy a prepararlo todo aquí…

Filippo: ¡Esta mesa usted no la toca! ¡Tengo que prepararla yo para el desayuno!

Spiga: ¡Pero qué, desayuno! ¡Quítate! ¡Menudo desayuno!

Filippo: ¡Le digo a usted que no la toque!

Spiga: (Volviéndose hacia la escribanía) ¡Pues entonces, déjame libre ésa!

Filippo: ¡Usted está de broma! ¿No comprende usted que estas dos mesas… hablan?

Spiga: ¡Claro que lo sé! ¡No me repitas lo que dice él! Dos símbolos: escribanía y mesa de comedor; libros y servilletas; el vacío y el lleno. ¿No comprendes tú, en cambio, que todas estas diabluras pueden salir patas arriba de un momento a otro?

Filippo: ¿Le ha encargado usted también la sepultura? ¡Parece usted un director de pompas fúnebres!

Spiga: ¡Bestia! ¡Pero qué animal…! Me han dicho que se va vestido así… ¡Pero mira… sólo Dios sabe la noche que he pasado!

Filippo: ¡Hable bajo!

Spiga: (Hablando bajo) Y tengo que combatir también con él. ¡Date prisa! ¡Preparemos por lo menos esta otra mesita! No tengo tiempo que perder…

Filippo: ¡Ah, eso ya es otra cosa! Esta se prepara en un momento.

(Retira de ella una pitillera y un vaso de flores) Ya está.

Spiga: (Extiende el tapete de hule que tiene todavía en la mano) ¡Vamos, hombre, por fin!

(Y mientras coloca sobre la mesa cubierta con su tapete todo su reluciente y horrible instrumental quirúrgico, Filippo, saliendo y entrando a la cocina, prepara la mesa para el desayuno) Bisturí para la desarticulación… cuchillos interóseos… pinzas… sierra montada… tenazas… compresores…

Filippo: ¿Pero va usted a poner una carnicería?

Spiga: ¿Cómo, si quiero…? ¡A pistola! ¿No comprendes que, ¡Dios no lo quiera…!, pero si hay un balazo podemos incluso encontrarnos ante un caso de amputación. Una pierna… un brazo…

Filippo: ¡Ah, muy bien…! ¿Y cómo no ha traído usted también ya la pata de palo?

Spiga: ¡Amigo mío, nunca se sabe! He traído estos otros instrumentos… para la extracción… Explorador… sonda de Nélaton… sacabalas con tijeras. ¡Mira: modelo inglés! ¡Preciso! ¡Ah!, ¿y las agujas?

(Busca en el maletín) ¡Ah, aquí están…! Creo que no falta nada.

(Mira el reloj) Son las seis y veinticinco, ¿sabes? Los padrinos deben de estar llegando.

Filippo: ¡Y a mí qué me importa!

Spiga: Si no lo digo por ti. Ya sé que a ti no te importa. Lo digo por él. ¡Si no se ha despertado todavía…!

Filippo: Esta no es su hora de levantarse.

Spiga: ¿Pero es que vas a someterlo a un horario, también hoy? ¡Si está citado para las siete!

Filippo: Entonces, ya se habrá encargado él de despertarse, de levantarse, de vestirse… A lo mejor está ya levantado.

Spiga: ¡Podías ir a ver!

Filippo: ¡Y un cuerno! ¡Yo no tengo que ir a ver nada! Soy su reloj los días normales, y yo no me adelanto ni me retraso un minuto. Despertar: ¡a las siete y media!

Spiga: ¿Pero no sabes que hoy, a las siete y media… ¡Dios no lo quiera…! puede estar de cuerpo presente?

Filippo: ¡Y a las ocho le traigo el desayuno!

Se oye llamar a la puerta.

Spiga: ¡Mira! ¿ves? ¡Serán los padrinos!

Filippo va a abrir y vuelve a poco con Guido Venanzi y Barelli.

Guido: (Entrando) ¡Oh, caro doctor…!

Barelli: (Como antes) Buenos días, doctor.

Spiga: Buenos días, buenos días.

Guido: ¿Preparados?

Spiga: Yo por mí, preparadísimo.

Barelli: (Riendo a la vista de todos aquellos preparativos del doctor) ¡Oh, oh, oh, mira Venanzi, lo ha preparado de verdad!

Guido: (Irritado) ¡Caramba! ¡No veo el motivo para reírse!

(A Spiga) ¿Lo ha visto?

Spiga: ¿A quién? Perdone… Quod abundat non vitiat…

Guido: Le pregunto si León ha visto este bello espectáculo.

(A Barelli) Comprenderás que necesita la máxima tranquilidad, y…

Spiga: ¡Ah, no, señor! Todavía no ha visto nada.

Guido: ¿Y dónde está?

Spiga: ¡Pero… si parece ser que todavía no se ha levantado!

Barelli: ¡Cómo!

Guido: ¿Todavía no se ha levantado?

Spiga: Eso parece… No sé: hasta ahora no se ha dejado ver por aquí.

Guido: ¡Pero, hombre, rápido! Se habrá levantado, seguro. ¡Pero si sólo falta un cuarto de hora escaso!

(A Filippo) ¡Vete ahora mismo a decirle que estamos aquí nosotros!

Barelli: ¡Es magnífico!

Guido: (A Filippo, que sigue inmóvil, ceñudo) ¿No te mueves?

Filippo: A las siete y media.

Guido: ¡Vete al diablo!

Se precipita hacia la puerta del fondo.

Spiga: Se habrá levantado…

Barelli: ¡Es magnífico, palabra de honor!

Guido: (Golpea fuerte a la puerta del fondo y aplica el oído) Pero ¿qué hace? ¿Está durmiendo?

(Vuelve a llamar más fuerte y grita) ¡León! ¡León! (Escucha) ¡Todavía está durmiendo! ¡Señores míos, todavía está durmiendo!

(Vuelve a golpear, intenta abrir la puerta) ¡León! ¡León!

Barelli: ¡Magnífico! ¡Magnífico!

Guido: Pero ¿es que cierra por dentro?

Filippo: Con el pestillo.

Barelli: ¿Y tiene el sueño tan pesado?

Filippo: Pesadísimo. Dos minutos cada mañana.

Guido: ¡Pero, caramba! ¡Yo echo la puerta abajo! ¡León! ¡León!… ¡Ah, por fin…! se ha despertado… ¡Ahora se despierta, señores!

(Hablando a través de la puerta:) ¡Vístete! ¡Pronto! ¡No pierdas un minuto! ¡Date prisa, caramba! ¡Que son ya casi las siete!

Barelli: ¡Verdaderamente, sobrepasa todo lo imaginable!

Spiga: ¡Y qué sueño!

Filippo: Cada vez que se levanta, parece que sale de un pozo.

Guido: ¡A ver si vuelve a hundirse!

Vuelve hacia la puerta del fondo.

Barelli: (Oyendo un rumor a la puerta) No, no: ya abre.

Spiga: (Poniéndose ante la mesita del instrumental quirúrgico) Yo me preparo aquí.

León: (Se presenta, placidísimo, todavía un poco soñoliento, en pijama y zapatillas) Buenos días.

Guido: ¡Cómo! ¿Todavía así? ¡Pero, hombre de Dios, ve a vestirte inmediatamente! ¡Te digo que no hay un minuto que perder!

León: Pero ¿por qué?

Guido: ¿Cómo, por qué?

Barelli: Pero ¿ya no te acuerdas del duelo?

León: ¿Yo?

Spiga: ¡Todavía estás dormido!

Guido: ¡El duelo! ¡El duelo! ¡A las siete!

Barelli: ¡Faltan diez minutos escasos!

León: He comprendido. Lo he entendido perfectamente. Y os ruego que creáis si os digo que estoy despiertísimo.

Guido: (En el colmo del estupor, casi aterrado) ¡Cómo!

Barelli: (ídem) ¿Qué quieres decir?

León: (Placidísimo) Eso mismo os pregunto yo a vosotros.

Spiga: (Casi para sí) ¿Se habrá vuelto loco?

León: No, caro doctor, compos mei, perfectamente.

Guido: ¡Tienes que batirte!

León: ¿También yo?

Barelli: ¿Cómo, también tú?

León: Queridos amigos: estáis en un lamentable error.

Guido: ¿Vas a volverte atrás?

Barelli: ¿Ya no quieres batirte?

León: ¿Yo? ¿Volverme atrás? Tú sabes perfectamente que yo me mantengo firme en mi puesto.

Guido: Te encuentro así…

Barelli: Pero si dices…

León: ¿Cómo me encuentras? ¿Qué digo? Digo que tú y mi mujer me habéis mareado ayer, todo el día, para que me decidiera a hacer lo que yo reconocí que me correspondía hacer a mí.

Guido: Y entonces…

Barelli: …¡te bates!

León: Eso no me corresponde a mí.

Barelli: Pues ¿a quién le corresponde?

León: A éste. (Por Guido)

Barelli: ¡Cómo! ¿a éste?

León: ¡A él, a él!

(Se acerca a Guido, que se ha quedado viendo visiones, con las manos sobre el rostro, y le separa una para mirarlo a los ojos) ¡Y tú lo sabes!

(A Barelli) ¡Él lo sabe! Yo, como marido, he desafiado porque él no podía hacerlo. Pero eso de batirme, perdona (a Guido bajo, zarandeándole la solapa, y subrayando sus palabras), ¿verdad que tú sabes muy bien que yo no tengo nada que ver en esto, porque no me bato yo, sino tú?

Guido: (Tiembla, suda en frío, se pasa las manos convulsas por las sienes)

Barelli: ¡Eso es enorme!

León: No, normalísimo, querido amigo; perfectamente a tono con el papel de cada cual. Yo, en el mío; él, en el suyo. Yo no me salgo de mi gozne. Y como me razona también su adversario: lo has dicho tú mismo, Barelli que en realidad, su adversario, contra quien está es contra él, no contra mí. Porque todos saben, y tú mejor que nadie, lo que querían hacer conmigo. ¡Ah!, pero ¿pero de veras querías llevarme al matadero?

Guido: (Protestando con fuerza) ¡Yo, no! ¡Yo no!

León: ¡No me digas! Entre tú y mi mujer, ayer, aquí, parecía que jugabais al columpio, arriba y abajo, y yo en medio, adaptándome a todo, y adaptándoos a vosotros. ¡Ah! ¿Creíais jugar conmigo, con mi vida? ¡Habéis errado el golpe, queridos! He jugado yo con vosotros.

Guido: ¡No! Tú eres testigo de que yo, ayer… y desde el principio…

León: ¡Ah, sí, tú has procurado ser prudente! Muy prudente.

Guido: ¿Por qué lo dices? ¿Qué quieres decir?

León: Pero, amigo mío, tienes que reconocer que no has estado prudente hasta el final. En un momento dado, por razones que yo comprendo muy bien, mira – ¡y te compadezco!—, llegó a faltarte la prudencia. Y ahora, lo siento, pero tendrás que lamentar las consecuencias.

Guido: ¿Por qué tú no te bates?

León: No me toca a mí batirme.

Guido: ¡Está bien! ¿Me toca a mí?

Barelli: (Sublevado) ¿Cómo, que está bien?

Guido: (A Barelli) ¡Está bien! ¡Espera!

(A León) ¿Y tú?

León: Yo desayunaré.

Guido: No, me refiero… ¿no comprendes que yo, ahora, voy a ocupar tu puesto…?

León: ¡No, amigo mío; el mío, no; el tuyo!

Guido: El mío, está bien. ¡Pero tú serás descalificado!

Barelli: ¡Descalificado! ¡No tendremos más remedio que descalificarte!

León: (Ríe fuerte) ¡Ah, ah, ah, ah!

Barelli: ¿Te ríes? ¡Descalificado! ¡Descalificado!

León: ¡Pero si lo he entendido, queridos amigos! Me río. ¿No veis cómo vivo?, ¿dónde vivo? ¡Pues qué me importa todas vuestras… calificaciones!

Guido: ¡No perdamos más tiempo! ¡Vamos allá! ¡Vamos allá!

Barelli: Pero ¿vas a batirte tú, de veras?

Guido: ¡Yo, sí! ¿No lo has entendido?

Barelli: ¡No..!

León: Sí, sí, puedes creerlo, Barelli le corresponde a él.

Barelli: ¡Eso es cinismo!

León: No, amigo mío: es la razón que se impone cuando uno se ha vaciado de toda pasión, y…

Guido: (Interrumpiendo y agarrando a Barelli por un brazo) ¡Vamos, Barelli! ¡Ya es inútil toda discusión.! ¡Usted, doctor, baje conmigo!

Spiga: ¡Aquí estoy, aquí estoy!

En este momento entra por la derecha Silia Gala. Breve silencio, durante el cual ella queda suspensa y atónita.

Guido: (Adelantándose, palidísimo, y estrechándole la mano) ¡Adiós, señora!

(Luego, volviéndose a León) ¡Adiós!

Sale precipitadamente, seguido de Barelli y de Spiga.

Silia: ¿Qué significa…?

León: Ya te dije, querida, que era inútil que vinieras aquí. Si has querido venir…

Silia: Pero tú… ¿cómo estás tú?

León: Estoy en mi casa.

Silia: ¿Y él? ¿Pero, cómo…? ¿No se hará el duelo?

León: ¡Ah, supongo que sí! Quizá haya empezado ya.

Silia: ¿Pero, cómo…? ¡Si estás tú aquí…!

León: ¡Ah, yo, sí, estoy aquí! Pero él, ¿has visto? ¡Ha ido!

Silia: ¡Dios mío! Pero, ¿entonces…? ¿Ha ido él? ¿Ha ido él a batirse por ti?

León: ¡No por mí, querida: por ti!

Silia: ¿Por mí? ¡Dios mío! ¿Por mí, dices? ¡Ah! ¿tú has hecho eso? ¿Has hecho eso?

León: (Saliéndole al paso con el aspecto, el imperio y el desdén de severísimo juez) ¿Que yo he hecho eso? ¿Tienes la desfachatez de decirme que lo he hecho yo?

Silia: ¡Pero tú te has aprovechado…!

León: (Con gran voz) ¡Yo os he castigado!

Silia: (Casi mordiéndole) ¡Perdiendo la vergüenza!

León: (Que la ha cogido por un brazo, rechazándola lejos) ¡Pero si mi vergüenza eres tú!

Silia: (Frenética, andando de un lado para otro por la sala) ¡Dios mío…! ¡Y entretanto…! ¡Dios mío! ¡Es horrible! ¿Está batiéndose ahí abajo? ¡En aquellas condiciones… y las fijó él…! ¡Ah, es perfecto…! Y él… (por su marido) le daba la razón… ¡Claro! ¡No pensaba batirse él…! ¡Tú eres el demonio! ¡Eres el demonio! ¿Adónde ha ido a batirse? ¿Adónde ha ido a batirse? ¿Aquí abajo?

Busca una ventana.

León: Es inútil, ¿sabes?: no hay ninguna ventana que dé a los huertos. Tendrás que bajar o subirte al tejado… por allí…

Señala la puerta común.


En este momento llega pálido como un muerto y desencajado el doctor Spiga. Entra precipitado con grotesca descompostura; se precipita sobre su instrumental quirúrgico preparado sobre la mesita; lo envuelve rápidamente en el tapete extendido, y sale corriendo, sin decir una palabra.

Silia: ¡Ah, doctor… usted…! Diga… dígame… ¿qué ha ocurrido?

(Con un fuerte grito) ¡Ah!

(No creyéndose a sí misma) ¿Muerto?

(Sale corriendo detrás de él) ¿Muerto? ¿Muerto?

León queda absorto en una hosca gravedad, y no se mueve.

Larga pausa.

Filippo entra por la izquierda con la bandeja del desayuno y va a colocarla sobre la mesa preparada. Luego, en el silencio trágico, lo llama con voz profunda:

Filippo: ¡Eh!

(Como León apenas si se vuelve, le indica con un gesto vago el desayuno) ¡Que es hora!

León, como si no hubiera oído, no se mueve.

Telón

1918 – Cada cual en su papel
Comedia en tres actos
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Acto Segundo
Acto Tercero

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