Esta noche se improvisa la comedia – Acto II

In Italiano – Questa sera si recita a soggetto

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Esta noche se improvisa la comedia - Acto II
Vittorio Caprioli, Ilaria Occhini, Laura Marinoni, Giovanni Crippa, Mariano Rigillo, Questa sera si recita a soggetto, 1989

Esta noche se improvisa la comedia
Acto Segundo

Vuelve a abrirse el telón.

El Doctor Hinkfuss empieza a dar largas. «En principio, no estará mal -habrá pensado- hacer una presentación sintética de Sicilia con una procesión religiosa. Eso dará colorido.» Y lo ha dispuesto todo para que esta procesión se mueva desde la puerta de entrada al patio de butacas, hacia el escenario, por el pasillo central, en el siguiente orden:

1) Cuatro monagos, con sotanas negras y roquetes blancos con guarniciones de encajes; dos delante y dos detrás, llevan cuatro antorchas encendidas;
2) cuatro jovencitas, llamadas «Virginales», vestidas de blanco, con velos blancos, guantes blancos de hilo, demasiado grandes para sus manos, expresamente para que parezcan más desmañadas; de dos en dos ellas también, llevan las cuatro varas de un baldaquín de seda azul celeste;
3) bajo el baldaquín, la «Sagrada Familia»; es decir, un viejo caracterizado y vestido de San José, como se le ve en los cuadros sacros que representan la Navidad, con un nimbo de purpurina y un largo báculo florecido en la parte de arriba; a su lado, una bellísima muchacha rubia, con los ojos bajos y una dulce y modestísima sonrisa en los labios, vestida y arreglada de Virgen María, también ella con el nimbo en torno a su cabeza, y en los brazos un hermoso muñequito de cera que representa al Niño Jesús, como los que se ven todavía en Sicilia, por Navidad, en ciertas representaciones rústicas con acompañamiento de música y coros;
4) un pastor, con montera de piel y anguarina de paño basto, polainas de piel de cabra, y otro pastor más joven; tocan el primero la zampoña y el segundo la ocarina;
5) un cortejo de aldeanos y aldeanas de todas las edades; las mujeres con sayas largas, abombadas a los lados, con plieguecitos, y la «mantellina» en la cabeza; los hombres con chaquetillas cortas y calzones acampanados, sostenidos por anchas fajas de seda de colores; en la mano, los gorros de punto de media, negros, con la borlita en la punta; entran en la sala cantando, al son de la zampoña y de la ocarina, la cantilena:

«Hoy y siempre sea alabado
nuestro Dios sacramentado:
y alabada a porfía
nuestra Virgen María.»

En el escenario, mientras tanto, se ve una calle de la población, con las paredes blancas, toscas, de una casa, que irá de izquierda a derecha ocupando más de las tres cuartas partes de la escena, donde hará ángulo en profundidad. En la esquina, una farola con su brazo. Después de la esquina, en la otra pared de la casa de ángulo obtuso, se ve la puerta de un Cabaret, iluminada por bombillitas de colores; y, casi enfrente, un poco más al fondo, y de perfil, el portal de una antigua iglesia, sobre tres gradas. Un poco antes de levantarse el telón y de que la procesión entre en la sala, llegará del escenario el sonido de las campanas y, apenas perceptible, la música de un órgano que toca en el interior de la iglesia. Al levantarse el telón y entrar la procesión, se ve en el escenario a hombres y mujeres -no más de ocho o nueve- que se arrodillan a lo largo de la pared de la derecha; pasaban por la calle, al llegar la procesión. Las mujeres se santiguan; los hombres se quitan la gorra. Cuando la procesión ha subido al escenario, y entra en la iglesia, estos hombres y mujeres se unen al cortejo, y entran también. Cuando ha entrado el último, cesa el toque de campanas; ahora, en el silencio, se oye mejor, y dura un momento todavía, el sonido del órgano, que irá apagándose gradualmente, al mismo tiempo que la luz de escena. De repente, apenas extinguido el sonido sacro, estallará, en violento contraste, el sonido de un jazz en el Cabaret, y, al mismo tiempo, la pared blanca, que recorre más de tres cuartos de la escena, se hace transparente. Se ve el interior del Cabaret, radiante de luces de colores. A la derecha, hasta cerca de la puerta de entrada, está el mostrador, detrás del cual hay tres muchachas descotadas y pintarrajeadas. En la pared del fondo, cerca del mostrador, una gran cortina de terciopelo rojo chillón, y delante de ella, como si fuera un bajorrelieve, una extraña chantease1 vestida con velos negros, pálida, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados, canta lúgubremente la letra del jazz. Tres bailarinas rubias mueven cadenciosamente los brazos y las piernas, de espaldas al mostrador, en el poco espacio que hay entre éste y la primera fila de veladores, a los que están sentados los clientes -no muchos- con las consumiciones delante. Entre estos clientes se encuentra Zampoña, con el sombrero en la cabeza y un largo puro en la boca. El cliente que se sienta detrás de él, en la segunda fila de veladores, viéndolo tan atento a los movimientos de las tres bailarinas, le está preparando una broma feroz: dos largos cuernos, recortados en la cartulina donde está impresa, junto con el programa, la lista de vinos y licores del Cabaret. Los demás clientes, que se han dado cuenta y les divierte la idea, le hacen guiños y señas para que se dé prisa. Cuando los dos hermosos cuernos están recortados y montados sobre el círculo de cartulina que hace de base, el cliente se levanta y con mucha cautela los coloca sobre el sombrero de Zampoña. Todos se echan a reír y aplauden. Zampoña, creyendo que las risas y los aplausos son para las tres bailarinas, que justamente han terminado su número, se pone a reír y aplaudir él también, haciendo duplicar la intensidad de las carcajadas de los otros y el fragor de los aplausos. Pero no se explica por qué lo miran todos, incluso las muchachas del bar, y las tres bailarinas, que se van muertas de risa. Se turba; la risa se le cuaja en los labios; el aplauso se le apaga en las manos. Entonces, aquella extraña chanteuse tiene un impulso de indignación, se destaca de la cortina de terciopelo y avanza para quitarte a Zampoña aquel ignominioso trofeo, gritando:

La Chanteuse: ¡No! ¡Pobre viejo! ¿No os da vergüenza?

Los Clientes la detienen, gritando a su vez simultáneamente en gran confusión.

Los Clientes:¡Quieta, boba!

-¡Tú, a callar! ¡A tu sitio!
-¡Qué, pobre viejo!
-¿A ti qué te importa?
-¡Deja, deja!
-¡Se lo merece!
-¡Se lo merece!

Y entre estos gritos confusos, La Chanteuse sigue gritando y protestando, mientras la sujetan, debatiéndose.

La Chanteuse: ¡Bellacos! ¡Soltadme! ¿Por qué se lo merece? ¿Qué daño os ha hecho él?

Zampoña: (Levantándose más turbado que nunca) ¿Qué me merezco? ¿Qué me merezco?

El Cliente que le ha gastado la broma: ¡Nada, don Palmiro! ¡No haga caso!

El segundo Cliente: ¡Está borracha, como de costumbre!

El Cliente que le ha gastado la broma: ¡Márchese, márchese, éste no es sitio para usted!

Y lo empuja con los otros hacia la puerta.

El tercer Cliente: ¡Nosotros sabemos muy bien lo que usted se merece, don Palmiro!

Zampoña es conducido a la calle con sus hermosos cuernos en la cabeza. El transparente de la pared se apaga. Se oyen todavía los gritos de los que sujetan a La Chanteuse; luego, una gran carcajada y vuelve a tocar el jazz.

Zampoña: (A los dos o tres Clientes que lo han sacado a empujones y ahora se divierten a su costa, a costa de su «corona», bajo la farola encendida) Pero yo quisiera saber qué es lo que ha pasado.

El segundo Cliente: Nada. Es por la historia de la otra noche.

El tercer Cliente: Todos saben que le gusta a usted la chanteuse…

El segundo Cliente: Querían, así, en broma, que ella me otra bofetada, como la otra noche…

El tercer Cliente: ¡…claro… diciendo que usted se lo merece!

Zampoña: ¡Ah, comprendido! ¡Comprendido!

El primer Cliente: ¡Oh…! ¡Mirad! ¡Mirad! ¡Arriba, en el cielo! ¡Las estrellas!

El segundo Cliente: ¿Las estrellas?

El tercer Cliente: ¿Qué pasa con las estrellas?

El primer Cliente: ¡Que se mueven! ¡Se mueven!

El segundo Cliente: ¡Vamos, anda!

Zampoña: ¿Es posible?

El primer Cliente: ¡Sí, sí, mirad! ¡Como si uno las tocara con dos… varas!

Y levanta los brazos en forma de cuernos.

El segundo Cliente: ¡Calla, calla! ¡Tú estás bebido!

El tercer Cliente: ¡Los farolillos te parecen estrellas!

El segundo Cliente: ¿Qué decía usted, don Palmiro?

Zampoña: ¡Ah!, sí, que yo, esta noche, no sé si se han dado ustedes cuenta, he estado mirando todo el tiempo a las bailarinas, con toda intención, sin volver la cabeza una sola vez para ella. ¡Me impresiona tanto, tanto, la pobre, cuando canta con los ojos cerrados y con aquellas lágrimas que le resbalan por las mejillas!

El segundo Cliente: ¡Son lágrimas profesionales, don Palmiro! ¡No crea usted en ellas! ¡Es la profesión!

Zampoña: (Negando seriamente, también con el dedo) ¡No, ah, no, no! ¡Qué profesión! ¡Qué profesión! Les doy mi palabra de honor, que esa mujer sufre: sufre de veras. Y luego… tiene la misma voz de mi hija mayor: ¡idéntica!, ¡idéntica! Y me ha confiado que ella también es hija de buena familia…

El tercer Cliente: ¿Ah, sí? ¡Mira! ¿Es ella también hija de algún ingeniero?

Zampoña: Eso no lo sé. Pero sé que ciertas desventuras pueden ocurrirle a cualquiera. Y cada vez que la oigo cantar… me entra una angustia, una pena…

Llegan en este momento por la izquierda, marcando el paso, Totina, del brazo de Pomárici; Nené, del brazo de Sarelli; Dorina, del brazo del Tercer oficial ; Mommina, junto a Rico Verri, y Doña Ignacia, del brazo de los otros dos Jóvenes oficiales. Pomárici canta el paso para los demás, antes de que la Compañía entre en escena. Los tres Clientes, que se han convertido en cuatro o más, al oír las voces, se retiran junto a la pared del Cabaret, dejando sólo a Don Palmiro bajo la farola, con sus cuernos en la cabeza.

Pomárici: Un, dos…, un, dos…, un, dos…

Van al teatro; las cuatro muchachas y Doña Ignacia visten elegantes trajes de noche.

Totina: (Viendo a su padre con aquellos cuernos en la cabeza) ¡Pero… papá! ¿Qué te han hecho?

Pomárici: ¡Bellacos, asquerosos!

Zampoña: ¿A mí? ¿Qué…?

Nené: ¡Pero quítate eso que te han puesto en el sombrero!

Doña Ignacia: (Mientras su marido tantea con las manos el sombrero) ¿Los cuernos?

Dorina: : ¡Canallas! ¿Quién ha sido?

Totina: ¡Vamos, mira que…!

Zampoña: (Quitándoselos) ¿A mí? ¿Los cuernos? ¡Ah, entonces, por eso…! ¡Miserables!

Doña Ignacia: ¡Y los tienes todavía en la mano! ¡Tíralos, imbécil! ¡Sólo sirves para ser el hazmerreír de todos los bribones!

Mommina: (A su madre) ¡Sólo falta que la tomes tú ahora con él…!

Totina: ¡…cuando han sido esos asquerosos!

Verri: (Dirigiéndose a la puerta del Cabaret, al encuentro de los Clientes que están mirando) ¿Quién ha tenido el atrevimiento…?

(Agarra a uno por las solapas) ¿Ha sido usted?

Nené: ¡Y se ríen…!

El Cliente: (Tratando de soltarse) ¡Déjeme! ¡Yo no he sido! ¡Y cuidadito con ponerme la mano encima!

Verri: ¡Pues diga usted quién ha sido!

Pomárici: ¡No, Verri, deja…! ¡Vámonos!

Sarelli: ¿Para qué vamos a armar aquí un jaleo?

Doña Ignacia: ¡No, no, yo quiero una satisfacción, del dueño de esa guarida de gente de mal vivir!

Totina: ¡No hagas caso, mamá!

El segundo Cliente: (Adelantándose) ¡Cuidado con lo que dice, señora! ¡Nosotros también somos caballeros!

Mommina: ¿Caballeros que se conducen así?

Dorina: : ¡Lo que son, unos sirvergüenzas…!

El tercer oficial: ¡No haga caso, no haga caso, señorita…!

El cuarto Cliente: Son jovenzuelos, han dado una broma…

Pomárici: ¡Ah! ¿A eso lo llama usted una broma?

El segundo Cliente: Todos apreciamos a don Palmiro…

El tercer Cliente: (A Doña Ignacia) ¡…y en cambio, a usted no la apreciamos, señora, en absoluto!

El segundo Cliente: ¡Es usted la comidilla del pueblo!

Verri: (Irritado, levantando los brazos) ¡A ver si medimos las palabras, o no respondo…!

El cuarto Cliente: ¡Nosotros daremos parte al Coronel!

El tercer Cliente: ¡Parece mentira que vistiendo el uniforme de oficiales…!

Verri: ¿Quién va a dar parte?

Los Clientes: (Incluso desde dentro del Cabaret) ¡Todos! ¡Todos!

Pomárici: ¡Ustedes han insultado a las señoras que van acompañadas por nosotros, y nosotros tenemos el deber de defenderlas!

El cuarto Cliente: ¡Nadie las ha insultado!

El tercer Cliente: ¡Es usted, señora, la que ha insultado.

Doña Ignacia: ¿Yo? ¡No! ¡Yo no he insultado a nadie! ¡Yo no he hecho más que decirles a ustedes lo que son gentes de mal vivir! ¡Bribones! ¡Pícaros! ¡Dignos de estar enjaulados, como los animales salvajes! ¡Eso es lo que son!

(Y como todos los Clientes ríen a mandíbula batiente) ¡Sí, ríanse, ríanse, pícaros, salvajes!

Pomárici: (Con los otros oficiales y las hijas, tratando de calmarla) ¡Vámonos, vámonos, señora…!

Sarelli: ¡Basta ya!

El tercer oficial: ¡Vámonos al teatro!

Nené: ¡No te manches la boca contestándoles a esos!

El cuarto oficial: ¡Vámonos, vámonos! ¡Se ha hecho tarde!

Totina: ¡Seguro que ya habrá terminado el primer acto!

Mommina: ¡Sí, vámonos, mamá, mándalos a paseo!

Pomárici: ¡Venga, venga usted al teatro con nosotros, don Palmiro!

Doña Ignacia: ¡No, qué, al teatro él! ¡A casa! ¡Ale, a casa ahora mismo! ¡Mañana tiene que madrugar para ir a la mina de azufre! ¡A casa! ¡A casa!

Los Clientes vuelven a reírse de esta orden perentoria de la mujer al marido.

Sarelli: ¡Y nosotros al teatro! ¡No perdamos tiempo!

Doña Ignacia: ¡Imbéciles! ¡Cretinos! ¡Ríanse de su ignorancia!

Pomárici: ¡Basta! ¡Basta!

Los otros oficiales: ¡Al teatro! ¡Al teatro!

En este momento, el Doctor Hinkfuss, que desde el principio, había entrado en la sala detrás de la procesión, y se había parado para presenciar la representación, y está sentado en una butaca de primera fila reservada para él, se levanta para gritar:

Doctor Hinkfuss: ¡Sí, sí, basta! ¡Basta ya! ¡Al teatro! ¡Al teatro! ¡Fuera todos! ¡Los clientes, vuelvan a entrar en el Cabaret! ¡Los otros, hagan el mutis a la derecha! ¡Y cierren un poco las cortinas, por ambos lados!

Los actores obedecen. El telón se ha cerrado un poco, dejando en medio un espacio para que quede visible la pared blanca que servirá de pantalla para la proyección cinematográfica del espectáculo de ópera. Sólo el Viejo actor de carácter ha quedado allí delante cuando todos los demás han desaparecido. 

El viejo actor de carácter: (Al Doctor Hinkfuss) Si no voy con ellos al teatro, yo tendré que hacer el mutis por la izquierda, ¿no?

Doctor Hinkfuss: ¡Por supuesto! ¡Usted por la izquierda! ¡Venga, márchese! ¡Qué pregunta!

El viejo actor de carácter: No, quería hacerle notar que no me han dejado decir una palabra. ¡Demasiada confusión, señor director!

Doctor Hinkfuss: ¡Ni mucho menos! ¡Ha ido todo muy bien! ¡Venga, venga, márchese!

El viejo actor de carácter: ¡Debo hacerle notar que siempre tengo yo que pagar los vidrios rotos!

Doctor Hinkfuss: ¡Muy bien! ¡Ya me lo ha hecho usted notar; y ahora váyase! ¡Ahora viene la escena del teatro!

El Viejo actor de carácter se va por la izquierda.

Doctor Hinkfuss: ¡El gramófono! ¡Y preparen en seguida la proyección! ¡Tonfilm!

El Doctor Hinkfuss vuelve a sentarse en su butaca. Mientras tanto, a la derecha, detrás del telón, corrido hasta tapar la esquina de la pared donde está la farola, los tramoyistas habrán colocado un gramófono con un disco del final de un viejo melodrama italiano, «La fuerza del destino», o «Un baile de máscaras», o cualquier otro, con tal de que se tenga sincrónicamente la proyección sobre la pared blanca que hace de pantalla. En cuanto se oye el gramófono y empieza la proyección, el palco que se había dejado vacío en la sala se ilumina con una luz especial que no se sabe de dónde procede; y se ve entrar a Doña Ignacia con sus cuatro hijas, Rico Verri y los otros Jóvenes oficiales. La entrada será ruidosa y provocará la inmediata protesta del público.

Doña Ignacia: ¡Tenías tú razón! ¡Está ya terminando el primer acto!

Totina: ¡Qué carrera! ¡Yo vengo sin aliento!

(Se sienta en la primera silla del palco, frente a su madre) ¡Ay, qué calor! ¡Estamos todas sofocadas!

Pomárici: (Echándole aire en la cabeza con un abanico) ¡Aquí estoy yo para servirla!

Dorina: : ¡Hemos venido a marchas forzadas! ¡Un, dos…, un, dos…!

Voces, en la sala: ¡Pero qué es eso!

-¡Silencio!
-¡Mira que es una manera de entrar en un teatro!

Mommina: (A Totina) ¡Has cogido mi sitio: levántate!

Totina: ¡Pero si Dorina y Nené se han sentado ahí en medio…!

Dorina: : Porque creímos que Mommina querría sentarse detrás, con Verri, como la vez pasada.

Voces, en la sala: ¡Silencio! ¡Silencio!

-¡Siempre son ellas!
-¡Es una vergüenza!
-¡Es asombroso que unos señores oficiales…!
-¿Pero no hay quién les llame la atención?

Entretanto, en el palco arman un verdadero barullo para cambiar de sitio. Totina ha cedido el suyo a Mommina y ha cogido el de Dorina, que ha pasado a la silla que ocupaba Nené, la cual ha ido a sentarse en el diván, junto a su madre. Rico Verri se sienta junto a Mommina, en el diván de enfrente; detrás de Totina, Pomárici; detrás de Dorina, el Tercer oficial; y en el fondo, Sarelli y los otros dos oficiales. 

Mommina: ¡No hagáis tanto ruido, por favor!

Nené: ¡Eso es! ¡Después que organizas tú el jaleo..!

Mommina: …¿yo…?

Nené: …¡no, a ver…! ¡Con todos estos cambios de sitio!

Dorina: : ¡Y encima, protesta!

Totina: ¡Como si no hubiera visto nunca…! (Dice el título del melodrama)

Pomárici: ¡Podían tener un poco de consideración con las señoras!

Voces en la sala: ¡Cállese usted!

-¡Es una vergüenza!
-¡Que los echen!
-¡Que los pongan en la puerta!
-¡Y que sea precisamente el palco de los oficiales el que dé este escándalo!
-¡Fuera! ¡Fuera!

Doña Ignacia: ¡Caníbales! ¡No es culpa nuestra si hemos llegado tan tarde! ¡Y dirán que estamos en un país civilizado! ¡Primero una agresión en la calle, y ahora agredidas en el teatro! ¡Caníbales!

Totina: ¡En el Continente se hace así!

Dorina: : ¡Se va al teatro a la hora que uno quiere!

Nené: ¡Y aquí hay gente que lo sabe, cómo se hace y se vive en el Continente!

Voces: ¡Basta! ¡Basta!

Doctor Hinkfuss: (Levantándose, y dirigiéndose a los actores del palco) ¡Sí, sí, basta! ¡Basta! ¡No exageren, por favor, no exageren!

Doña Ignacia: ¡Pero qué, exagerar! ¡La culpa la tienen los de abajo! Es una persecución insoportable, ¿no lo ve usted? ¡Total, porque hemos hecho un poco de ruido al entrar!

Doctor Hinkfuss: ¡Está bien! ¡Está bien! ¡Pero basta ya! ¡Por otra parte, el acto ha terminado!

Verri: ¿Ha terminado? ¡Ah, alabado sea Dios! Salgamos, salgamos.

Doctor Hinkfuss: ¡Muy bien, sí, salgan, salgan!

Totina: ¡Yo tengo una sed!

Sale del palco.

Nené: ¡Menos mal si venden helados! (Como antes)

Doña Ignacia: ¡Vamos, vamos, salgamos de aquí, o exploto!

Terminada la proyección, cesa el gramófono. El telón se cierra del todo.

El Doctor Hinkfuss sube al escenario y se dirige al público, mientras se enciende la luz de la sala.

Doctor Hinkfuss: Los espectadores que tengan por costumbre salir en el entreacto, podrán hacerlo, si lo desean, y asistirán al escándalo que esa dichosa gente seguirá dando en el vestíbulo. No porque ellos se lo propongan, sino porque ahora ya cualquier cosa que hagan llamará la atención, ya que son objeto de curiosidad y están condenados a servir de pasto a la maledicencia general. Vayan, vayan ustedes; pero no todos, por favor; aunque sólo sea por evitar las apreturas, y el tener gente detrás empujando porque quieren ver lo que, poco más o menos, ya han visto aquí. Puedo asegurarles que los que permanezcan sentados en sus butacas, no perderán nada sustancial. Seguirán viéndose ahí, mezclados entre los espectadores, esos que han visto ustedes salir del palco, para el acostumbrado intervalo entre un acto y el siguiente. Yo aprovecharé este intervalo para cambiar el decorado. Y lo haré delante de ustedes, ostensiblemente, para ofrecerles también a ustedes, los que se quedan en la sala, un espectáculo al que no están acostumbrados.

(Da unas palmadas, como señal, y ordena:) ¡Abrid el telón!

El telón se abre.

1930 – Esta noche se improvisa la comedia
Drama en tres actos
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