Como tu me deseas – Acto III

In Italiano – Come tu mi vuoi

Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

Como tu me deseas - Acto III
Alessandro Haber, Adriana Asti, Come tu mi vuoi, 1979. Immagine dal Web.

Como tu me deseas
Acto Tercero

El mismo decorado del acto anterior. Unos veinte minutos más tarde. Es casi de noche. La sala está iluminada por una luz violácea, de crepúsculo ya apagado, que entra por la terraza abierta, desde la cual, ahora, se entrevé el paisaje más tranquilo que nunca, con las tenues luces agrupadas, de algún pueblo lejano, y otras dispersas por el campo.

Están en escena Inés, Bárbara, Tío Salesio, Bruno y Silvio Masperi.

Inés, aunque hermana menor de Luchi, representa más edad que La Desconocida. Viste con elegancia; lleva sombrero. Tiene todo lo que le corresponde. Es una mujer hermosa. Tiene un marido. Tiene una buena reputación. Tiene una buena casa. No desea nada, y no habla mal de nadie, porque eso sólo lo hacen los envidiosos, y ella no tiene nada que envidiar a nadie. Lo que ha hecho, lo hizo porque era justo que lo hiciera. No contra su hermana. ¡Bien sabe Dios cuánto lloró a su desgraciada hermana!; primero, por lo que le ocurrió; y después, por creerla muerta. Pero teniendo en casa una hija, y teniéndose hoy por la única sobrina de ese pobre Tío Salesio, que se había desprendido de las tierras y del chalet, y no precisamente para que los disfrutara un extraño, estaba en el deber – incluso por la vejez tranquila de Tío Salesio – de hacer valer sus derechos para recuperarlos. Puesto que Luchi había muerto, los bienes debían volver a la familia.

Bárbara es una solterona robusta, de cuarenta años, con una cabecita de cabellos así, negros, casi metálicos, un poco manchados de blanco acá y allá, y el aspecto taciturno y receloso de quien está siempre concentrada en sí misma. Cuando profiere alguna palabra, da la impresión de articularse toda. Sus ojos, que rehúyen siempre la mirada de los demás, revelan claramente que ella siente en sí, ¡quién sabe de qué feroz manera!, el secreto, tremendo tormento de haber nacido mujer y fea.

Masperi, ¡lástima que el labio superior, no se sabe cómo, parezca como si se le hubiera contraído y consumido bajo la nariz y sobre los dientes, grandes, pero cuidadísimos!; sin eso, sería un buen mozo, con prestancia, de modales distinguidos, y un cutis, ¡Dios mío!, como si se lo hubiera depilado. Lleva lentes, y, según está hablando, se los levanta con los dedos, para ajustarlos mejor sobre la nariz. Quiere ser cortés; pero en el mundo hay que saber manejarse y saber hacer las cosas. Él siempre ha sabido hacerlas. ¡Con guantes, con guantes! ¡Pero las manos, dentro de los guantes, bien firmes y sólidas! Ahora, ya no sabe cómo disimular su mal humor y frenar la impaciencia, por la descortesía de que está siendo objeto él y su esposa. Mira a todos los demás, que se han quedado fríos con la espera, que dura ya casi media hora.

La Desconocida, después de haber dicho que bajaría en seguida, todavía no ha bajado. Esta media hora de espera parece aún más larga, después de los cuatro meses que ha tardado en conceder esta visita, que hubiera debido conceder en seguida.

Esta prolongada espera debe hacer cuadro al levantarse el telón. Al final, desciende por la escalera Tía Lena.

Bruno: Pero ¿qué hace? ¿Te ha dicho que baja?

Tía Lena: Sí. Ha dicho: «Voy.» Pero…

Bruno: …Pero…

Tía Lena: Está allí, con sus vestidos… Ha abierto los baúles…

Bruno: (Asombrado) ¿Los baúles?

Tía Lena: Quizá para buscar…, o para guardar, yo no sé…

Pausa.

Inés: Digo yo… ¿si no querrá salir de viaje…?

Bruno: ¡No, no! ¡Qué viaje!

(A Lena) ¿No le has preguntado por qué…?

(Luego, a los otros) Sí, dijo que iba a cambiarse…

Tía Lena: ¡Y se ha cambiado! (Para sí) ¡Con lo bien que estaba como estaba!

Bruno: ¿Pues entonces…?

Tía Lena: ¡Qué quieres que te diga! Tiene el rostro encendido…, está nerviosa… Me ha hecho salir casi a empujones: «¡Baja, baja! ¡Di que ahora voy!…»

Tío Salesio: ¡Entonces, vendrá!

Pausa.

Bárbara: (Acercándose a la terraza) ¡Qué bien se ve desde aquí todo el campo…! Aquellas luces…

Masperi: (Yendo también a asomarse) Sí… Y hace tan buena noche… Pero…

Pausa.

Bruno: (A Lena, bajo) ¿Cómo estaba?

Tía Lena: Juraría que ha llorado.

Tío Salesio: Ciertamente, está muy turbada. Se explica: ante la idea de volver a ver…

Masperi: No, no…, perdón. Si está así…, ¡no es ante la idea de volver a ver, no…!, a no ser que sea ella la que tiene animosidad contra su hermana.

Tía Lena: ¡No contra su hermana! ¿Quién te ha dicho que la hermana tenga que ver…? ¿Vas a hacer caso de la explicación de Salesio?

(A Tío Salesio) ¡Y tú deberías saber, me parece, contra quién…! ¡Ha hablado bastante claro contigo y conmigo!

Bruno: (Pisándole la palabra) ¡Es contra mí!

Masperi: ¡Ah, si son cosas vuestras…!

Bárbara: Ya, pero… nosotros estamos aquí esperando desde hace ya más de un cuarto de hora… (Pausa)

Inés: Animosidad, ya no debía tener.

Tía Lena: (A Inés) ¡Que animosidad: si hasta ha dicho que era justo lo que tú hiciste, qué más quieres, y que ella sería feliz si todo esto hubiera vuelto a poder de tío Salesio, para que él pudiera disponer nuevamente, y dártelo a ti!

(A Tío Salesio) ¿No ha dicho eso?

Tío Salesio: ¡Sí, sí!

Tía Lena: ¡Pues entonces…!

Inés: No… Pero si… ¿Por qué tendría que dármelo a mí?

Tía Lena: ¡Es para decirte, ahora, cuáles eran sus sentimientos!

Tío Salesio: ¡Exactamente! Es justo, ha dicho ella, que tú, después de diez años…

Inés: No lo hice por mí, ni mucho menos, tú lo sabes, tío, sino por ti. Y luego, sí…, porque tengo una hija.

Masperi: Habrá comprendido que nosotros, en realidad, no hemos querido hacer nada contra ella…

Bruno: (Destacando bien las palabras) Lo único que parece que no quiere comprender es lo que habéis hecho contra mí.

Masperi: (Adelantando las manos) ¡Ah…, espero que no hayamos venido aquí para volver a discutir sobre eso!

Bruno: No, no…

Masperi: (Que quisiera continuar) Estamos aquí esperando…

Bruno: (No le da tiempo) Es para esclarecer ahora su estado de ánimo… ¡También por mí! Digo, para ver claro yo mismo.

(Con arranque de ira) No sé dónde quisiera yo estar en este momento…

(A Tía Lena y a Tío Salesio) Ha hablado con vosotros dos… ¿Qué tiene contra mí? ¿Le ha entrado la sospecha…?

Tía Lena: ¡Sí, eso es…, puedes creerlo…, es eso!

Tío Salesio: Ha dicho que si hubiera sabido que iba a encontrarse en medio de intereses…

Masperi: Pero, ¿dónde? ¡Con su regreso, desapareció todo contraste de intereses!

Tío Salesio: ¡Eso le hemos dicho!

Inés: Yo me hubiera precipitado a venir…

Bárbara: …Y yo también, si Bruno…

Masperi: …¡Claro!, no nos hubiera hecho saber a todos…

Inés: …Que no quería ver a nadie, ¡y menos a mí! Yo le hubiera hecho comprender que yo, jamás de los jamases…, ¡vamos! Sólo Dios sabe las lágrimas que he vertido por ella… (Se conmueve y oculta sus ojos con el pañuelo)

Masperi: Calla, calla. Creo que eso lo ha comprendido bien. Por lo tanto, no se trata de ti. Al parecer, se trata ahora de otra cosa, ¿no lo has oído?

Bruno: Yo no dije que no quería. Dije que no podía.

Tía Lena: ¡Y no podía, no podía, verdaderamente! ¡Al principio, no pudo vernos ni siquiera a nosotros dos! Después de todo, señores míos, no hay que olvidar lo terrible que es todo lo que le ocurrió a esa pobrecita.

Tío Salesio: El horror del pasado… Volver aquí… Sólo pudo hacerlo por amor a él… ¡No quería!

Tía Lena: ¡Obligada!

(Bruno se vuelve para mirarla con gesto de desagrado. Ella añade:) ¡Sí, ella misma lo ha dicho: obligada!

Pausa.

Bárbara: (Pronunciando muy claramente) ¿Y… la sospecha? (La pregunta suena extraña, y provoca otro silencio)

Masperi: (Deja caer un:) …Ya…

Bruno: (No pudiendo ya contenerse, responde) …De que yo la haya obligado a venir, precisamente porque la necesitaba aquí, para mi pleito, con vosotros. Verdaderamente, ella no quería. Y creo que esa sospecha le ha entrado, porque yo, allí, para convencerla y hacerle vencer… no sólo ese horror al pasado que dice tío Salesio, sino quizá más todavía el de tener que volver a veros a todos… No olvidéis, amigos míos, la vida a que se había lanzado allí, después del infierno de su desventura; decidida a no volver aquí jamás. (A Inés) Tú no sabes cómo le horrorizó la idea, sobre todo de ti, de la hermana que no podría menos de recordarle la imagen de su vida de antes. Pues bien; yo le prometí que no vería a nadie… «Hay un pretexto, hay un pretexto – le dije – para que tú no la veas.» Este de los intereses. Y ella no le dio otra importancia, créeme, a ese pleito, sino la de un pretexto para no verte. Yo estaba seguro de que luego, pasado el primer momento, ya tranquila, vuelta aquí a su vida de antes -, en fin, con el tiempo conseguiría vencer, aquel temor que era un obstáculo.

Inés: ¡Pero si yo misma se lo habría hecho vencer, asegurándole que…!

Bruno: …Quizá no fuera tanto por ti como por ella misma. Al menos me pareció…

(A Tía Lena, con desprecio) ¡Obligada…! Pues, sí, la obligué…, si eso fue obligarla… ¡Jamás la coaccioné en lo más mínimo!

(Irritándose cada vez más) ¡Pero alguna vez había que salir de esa situación, me parece! Me he visto obligado a intentar persuadirla de que debía, a pesar de todo, cesar… lo que hasta ahora había sido un pretexto… (volviéndose a Tía Lena y a Tío Salesio) tanto más si, como decís, ella misma os ha confesado ahora abiertamente que (a Inés) no tiene nada contra ti… Es más: ella misma ha querido quitar de en medio aquel pretexto… (suda, se agita), ¡yo no sé!

(Breve pausa. Luego, de pronto:) ¡Me fastidia que en este momento parezca que estoy disculpándome yo ante vosotros… (se pasea).

Sospecha de mí… ¡Como si no hubiera sido yo el único, entre todos vosotros, en seguir creyendo que ella no había muerto! ¡Y estaba tan seguro, que no vacilé un momento en gastarme todo lo que gasté, para reconstruirle a ella, aquí, todo lo suyo…! ¿Me preguntáis por qué lo hice? ¿No hubiera sido un loco al hacerlo, con el bonito resultado de ver luego cómo vosotros me lo quitaríais todo…? Y entonces yo, ¡no lo niego!, me piqué de amor propio – lo cual, después de todo, me parece natural – … y fui corriendo, en cuanto supe. ¡No me parecía verdad…! He tenido que luchar, defender – ¡no es ningún delito! – mis intereses, además de mis sentimientos..

(En este momento se da cuenta de que está hablando como para encontrar una justificación ante él mismo, y no puede menos de confesar:) Es algo…, algo que verdaderamente desconcierta.. , cuando ha nacido una sospecha… todo lo que se ha hecho antes sin preocuparse…, no sé qué da de pensar que…, realmente…, ahora…, a la luz de aquella sospecha…, pueda parecer…

(Con ira, mirando hacia la escalera:) Pero ¿qué hace todavía?

Inés: ¡Claro! Porque si es que no quiere bajar…

Bárbara: …Me parece inútil que estemos aquí todavía esperándola.

Tía Lena: ¡Tened paciencia! Querrá tranquilizarse antes… Ya os he dicho que…

Bruno: Pero debería acordarse de que, dentro de poco, aquí…

(Se frena: y en seguida a Tía Lena) Lena, hazme el favor, sube otra vez y dile, de mi parte, que recuerde adónde ha ido Boffi, y a qué ha ido. ¡Que es preciso que baje! ¡La han esperado demasiado rato! Hay un límite…

Tía Lena: (Sube la escalera) Voy, voy, sí…

Inés: También para ver cómo está…

Tía Lena: Sí, sí…

Desaparece.

Inés: Porque si precisamente esta tarde no se siente bien…

Bárbara: ¡Claro, nos marcharemos! (Pausa)

Masperi: Siento que una cuestión para nosotros liquidada desde que tuvimos noticia de su llegada, haya podido ahora ocasionar una desavenencia entre vosotros dos…

Bruno: Hay otra cosa…, hay otra cosa, por la cual…, ¿no lo sabes?, quizá no esté liquidada la cuestión entre nosotros…

Masperi: ¿Otra cosa? ¿Qué cosa?

Bruno: ¡Ella bien lo sabe! (Señala arriba) ¡Y no debería dejarme ahora así…!

(Pasea de nuevo; luego, dice:) Perdonad… Estoy en un estado de ánimo… ¡Dios mío! ¡Si hubiera podido imaginarme una cosa semejante…! ¡No querer saber nada de los hechos…! ¡Se dice fácilmente! Hay que atenerse a ellos, si ocurren, si se provocan… ¿Tengo que responder también de los que no he provocado yo? (Se ve a Tía Lena que vuelve a bajar)

Inés: ¡Ya vuelve Lena…!

Bárbara: ¡Sola!

Bruno: Bueno, ¿qué ha dicho?

Tía Lena: Pues…, no sé…, dice que, «precisamente por eso», no quiere bajar todavía…

Bruno: ¡Ah, sí! ¿Precisamente por eso?

Tía Lena: Sí.

Bruno: Entonces, ¿quiere esperar…?

Tía Lena: …A que antes vuelva Boffi.

Bruno: ¡Ah!, ¿Te ha dicho eso? ¡Entonces quiere hacerme desesperar?

Tía Lena: (Encogiéndose de hombros) ¿Qué quieres que yo le haga? Ha dicho eso…

Bruno: ¡Subiré yo! ¡Subiré yo!

Sube corriendo por la escalera.

Inés: (Levantándose y acercándose a Tía Lena) Bueno, pero ¿qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?

Bárbara: Justo en el momento de nuestra visita…

Tío Salesio: No, no… ¡Debe ser otra cosa, debe ser otra cosa!

Tía Lena: ¡Eso creo yo también!

Masperi: Él mismo lo ha indicado.

Inés: Pero, ¿qué otra cosa? Dice que quizá no haya terminado…

Masperi: ¡Ya! La cuestión… No sé a qué habrá querido aludir…

Tía Lena: Digo yo que será la carta…

Inés: ¿Carta?

Tío Salesio: Sí, sí, eso creo yo también. ¡Puedes estar segura…!

Inés: ¿Qué carta?

Tía Lena: Una carta que han recibido hace muy poco…, parece ser que de allá…

Tío Salesio: Han hablado aquí un buen rato sobre ello.

Tía Lena: Sí, de un tal… yo no sé… Cosas de allá…

Tío Salesio: Ha provocado una discusión entre ellos…

Tía Lena: Boffi también estaba… y luego lo mandaron que fuera en seguida…, no sé dónde…, a impedir…
Se ve, por la terraza, la luz deslumbrante de dos reflectores, se oye el claxon de un automóvil, y, de nuevo, el rumor de las ruedas de un coche sobre la arena del jardín.

Tío Salesio: ¡Ah! ¡Aquí está! ¡Debe de ser él!

Tía Lena: Bien, bien. Y veréis como ahora baja. Esperaba que llegara él.

Tío Salesio: Ya nosotros también nos dijo que quería que Boffi estuviera presente, ¿no recuerdas?

Tía Lena: (Mirando desde la puerta del jardín) Sí, es él. (Movimiento y expresión de sorpresa) ¡Pero…, ah…, no está solo…!

Tío Salesio: (Mirando él también) Son varios…

Masperi: (Lo mismo) ¿Quiénes son?

Inés: Pero, ¿traen una enferma?

Tía Lena: Eso parece…

Tío Salesio: Le ayudan…

Masperi: Sí…, le ayudan a bajar…

Inés: ¡Dios mío! ¿Pero qué es esto?

Bárbara: ¿Qué historia es ésta?

Tío Salesio: Gente que viene de allá…

Tía Lena: Sí…, son forasteros…

Masperi: Mira que…

Inés: (Retrocediendo) ¡Qué espanto!

En este momento, la luz de la escena ha tomado un matiz pálido. Entran primero la Demente apoyada en la Enfermera y el Doctor; luego, Boffi y Salter.

La Demente es gruesa y fofa, con cara de cera, cabellera revuelta, los ojos extraviados, inmóviles, y la boca ataviada con una permanente sonrisa estúpida, amplia, vana, que no cesa ni siquiera cuando emite algún sonido o balbucea alguna palabra, evidentemente, sin entender lo que dice.

El Doctor y la Enfermera tienen tipo y aspecto de alemanes.

Y ahora también Salter parece destacadamente alemán.

La Demente: Le-na… Le-na…

(Con la boca ancha y llena de aire, profiere estas dos sílabas, que para ella ya no significan un nombre, sino que son como una cantinela que se ha hecho habitual)

Tía Lena: (Aterrada) ¡Dios mío! ¡Pero cómo…! ¿Me llama a mí?

Inés: ¿Quién es?

Boffi: (Entrando con ansiedad) ¿Dónde está Bruno? ¿La señora?

La Demente: (De nuevo:) Le-na…

Tía Lena: (Mirando a todos asombrada) ¡Me llama a mí!

Salter: ¿Es usted de la familia? ¿Se llama usted Lena?

Tía Lena: Sí, soy la tía de…

Salter: (Al Doctor) ¿Oyes? ¿Oyes? ¡Hay una de la familia que se llama Lena! ¡Otra prueba! ¡Otra prueba! ¡Ah, ahora sí que es seguro! ¡Seguro! Nosotros no lo sabíamos.

Masperi: (Avanzando) ¿Qué es seguro?

Boffi: ¡No hagáis caso! ¡Tiene esa cantinela! ¡Le ha repetido durante todo el trayecto…!

La Demente: Le-na…

Bárbara: ¡Pero si dice Lena!

Boffi: ¡No llama a nadie! Y siempre está sonriendo así…

(Luego, aludiendo a Bruno y a La Desconocida:) Pero, ¿dónde están?

Inés: ¡Dios mío! ¿Están locos?

Masperi: ¿Qué significa esto? ¿Por qué han traído a esa mujer?

Boffi: (Sigue aludiendo a Bruno y a La Desconocida) ¿Es posible que se estén ahí arriba? ¡Llámenlos, por favor!

Salter: (A Boffi, por los demás) ¿Estos señores son otros parientes?

Boffi: Sí. (Presentando a Inés) Esta es su hermana, la señora Inés de Masperi.

Salter: ¡Ah, su hermana! ¡Pero cómo! ¿Tenía una hermana? ¿Hermana suya? Pues entonces…, en seguida, en seguida…

Inés: ¿Quién es este señor?

Boffi: El escritor Carlos Salter.

Salter: Mírela usted en seguida, señora. Ahí la tiene.

Inés: ¿Yo? ¿Qué dice usted? ¿Quién?

Boffi: Quiere obstinarse en creer…

Salter: (A Inés) ¿ES posible que no le diga nada?

Inés: No… ¿Qué? ¡Dios mío…! ¿Qué quiere que me diga…?

Boffi: …¡Que su hermana es ésta!

Masperi: ¿Qué? ¿Ésta?

Inés: ¿Luchi?

Tía Lena: ¿Dónde? ¿Qué dice?

Salter: ¡Sí, sí… ésta, ésta!

Tío Salesio: ¡Estará loco él también!

Salter: Yo la he traído aquí…

La Demente: Le-na.

Salter: (Mostrándola al oírla) Ahí tiene usted: ¿no es una prueba? ¿Es posible que a usted no le parezca una prueba? ¡Llama a Lena!

Doctor: ¡Desde hace años, siempre está llamando a Lena!

Salter: (A Tía Lena) ¡A usted, a usted!

Tía Lena: ¡Ah, no, no es posible!

Salter: ¿No la reconoce? ¡Mírela a los ojos! ¿Cómo no la reconoce?

Tía Lena: ¿Qué quiere que reconozca? ¿A quién tengo que reconocer?

Salter: Mi amigo el doctor, que la está estudiando desde hace años, tiene documentos, pruebas…

Masperi: ¿Qué pruebas? ¡Muéstrelas!

Bárbara: ¡Pero si es imposible!

Masperi: (A Bárbara) ¡Déjelo hablar, por favor! ¡Nos ha cogido de sorpresa…!

Tía Lena: ¡Pero si está arriba, nuestra Luchi!

Salter: ¡Conozco muy bien a la señora que está arriba!

Tío Salesio: ¡Ah, esto es un caso!

Bárbara: ¡Increíble, increíble!

Masperi: ¡Dejémoslo hablar, señores míos!

(A Salter) ¿Usted conoce…?

Salter: ¿…a la señora de arriba? ¡Demasiado bien!

Tía Lena: ¿Va usted a conocerla mejor que yo? ¡Yo fui para ella una madre!

Salter: (Por La Demente) ¡A ésta, a ésta!

Tía Lena: ¡Cómo, a ésa!

Masperi: ¡Si usted cree tener pruebas y documentos…!

Tío Salesio: Pero, ¿qué dices…? ¡Pruebas! ¿Crees en serio…?

Masperi: No. Digo que es la manera… ¡Si dicen que tienen pruebas que hacer valer…!

Boffi: (Irónico) ¡Eso, eso!

Tío Salesio: ¡Harán reír… o llorar de lástima!

Masperi: ¡Hay autoridades competentes…!

Boffi: ¿También cuando se sepa el motivo por el cual se ha hecho todo esto?

Masperi: ¡Yo no sé por qué lo han hecho!

Boffi: ¡Lo sé yo, y lo saben Bruno y su señora! ¿Dónde están?

Salter: La palabra es de ustedes: venganza…

Boffi: (A Masperi) ¿Lo oye?

Salter: …pero la mía es también: castigo.

Masperi: Yo no conozco al señor…

Tío Salesio: ¡Oh, oh! ¡Por lo demás, importa poco, hasta cierto punto, por qué el señor lo haya hecho…! ¡Vengan, vengan esas pruebas y documentos, si es que los hay! ¡Porque no queremos que entre nosotros pueda haber alguno que vaya a aprovecharse ahora de esa su venganza o castigo!

Boffi: (A Masperi) Estaba previsto, ¿sabe?

Masperi: ¿Qué dice usted? ¿Previsto? ¿Quién podía prever semejante cosa?

Boffi: ¡No…! (Por Inés) Digo que ella… pudiera aprovecharse.

Tío Salesio: ¡Pero no tiene que aprovecharse nadie!

Inés: (Enojada) ¡No! ¿Qué dices? ¡Aprovecharse! ¿También tú, tío? ¡No, no debes decir eso!

(A Salter) Mire usted: todos nosotros, yo, que soy su hermana; ésta, su tía; aquél, su tío, y la cuñada, y usted, Boffi… todos miramos a esta pobrecita que usted ha traído, y no la reconocemos.

Salter: ¡Porque han reconocido ya a la señora que está arriba!

Inés: No. Yo, no.

Salter: ¡Cómo! ¿Usted no la ha reconocido?

Inés: Todavía no la he visto, desde que llegó. Precisamente, he venido hoy a verla.

Salter: ¿No ha querido usted verla antes?

Inés: No, no soy yo la que no ha querido. Ella…

Salter: ¡Ah! ¿Ha sido ella? ¡Claro! Porque no ha podido la hermana… ¡Ah, con la hermana… la sangre…! Sólo de pensarlo… mejilla con mejilla… contacto insoportable también para ella misma. ¡Temía que usted podría oír la voz de la sangre! Pruebe, señora, pruebe usted ahora, y la oirá usted ahí (señala a la Demente), la voz de su propia sangre…

Inés: (Horrorizada) ¡No, no, por Dios, no siga!

Salter: ¡Si en usted la piedad pudiera vencer al horror…! Es ella: mire… Diez años… todos los suplicios: la guerra… el hambre… Conozco a la de arriba, que se hace pasar por ella. Ahora bien: si a aquélla la han encontrado ustedes tan parecida, miren, miren bien a ésta, si quieren volver a encontrarla… si bajo los estragos y transformaciones… tiene… tiene, a pesar de todo, aquellos rasgos…

Inés: ¡No, no!

Tía Lena: ¿Dónde?

Tío Salesio: ¿Qué dice?

Salter: Los ojos, si no estuvieran tan extraviados…

Boffi: ¡Ni por sueño! ¡Son de otra forma! Quizá un poco de color…

Salter: Trastornada desde hace nueve años. Se la encontró vestida con un viejo capote de húsar, todo roto, pero con una insignia…

Inés: ¿Qué insignia?

Tío Salesio: ¿Y dónde la encontraron?

Salter: En Lintz.

Masperi: ¿Qué insignia… aquel capote…?

Salter: Del regimiento a que pertenecía aquel húsar. El regimiento había estado aquí…, ¡aquí…!, precisamente, aquí.

Boffi: ¿Y eso qué prueba? En Lintz pudo recibir como de limosna aquel capote de un húsar, que había estado aquí durante la invasión.

La Demente: Le-na…

Salter: ¡Y llama a Lena! ¿Oyen? ¿Por qué? Se le ha quedado grabado sólo ese nombre.

(A Tía Lena) Pero usted que dice haber sido para ella como una madre…

Tía Lena: (Con imprevista resolución, vencido su horror, en medio del horror de todos, coge entre sus dos manos la cabeza de La Demente, y llama:) ¡Luchi! ¡Luchi! ¡Luchi!

La Demente permanece impasible con su muda sonrisa estúpida. Todos la miran. Entretanto, ha bajado por la escalera la Desconocida, seguida de Bruno. Nadie se ha dado cuenta de ello. Cuando la ven allí delante, avanzando hacia la Demente, apenas si Tía Lena, decepcionada, se separa; y, cosa extraña, después de todo lo ocurrido, y por el solo hecho de estar allí aquella Demente, que, sin embargo, ninguno ha podido reconocer, todos, incluso los que hasta ahora han creído en ella, Tía Lena, Tío Salesio, el mismo Boffi, se quedan mirándola perplejos y dubitativos.

La Desconocida: (En el silencio, mientras todos la miran así, dice a Bruno:) ¡Prueba a llamarla tú también!

Salter: ¡Ah, aquí está!

La Desconocida: (Rápida, altiva) ¡Aquí estoy!

Inés: (En medio de su perplejidad, pero como sintiéndose obligada a vencerla:) Luchi…

La Desconocida: Espera. Da la luz. Aquí no se ve apenas. (Tío Salesio va junto a la puerta y hace girar la llave de la luz. La escena se ilumina)

Inés: (Mirándola a la luz, después de un momento todavía de vacilación, repite:) Luchi…

Salter: (Al cual ante la altiva seguridad de La Desconocida y esta repetida llamada de Inés, le ocurre lo contrario que a los otros, es decir: Que duda ahora de sí mismo, dice dirigiéndose a Inés:) ¿Cree usted realmente…?

La Desconocida: (A Salter) Lo he entretenido a él (Bruno) arriba, y me he entretenido yo, con toda intención: para darle a usted tiempo a dar el golpe aquí. Reconozco su ferocidad: sólo uno como usted podía ser capaz de cometer una atrocidad semejante: traer aquí…

Se acerca a la Demente; con piadosa delicadeza, le coge la barbilla entre los dedos, para contemplar de cerca aquella cara que sonríe.

La Demente: (Mientras La Desconocida la contempla, emite otra vez, sin cesar en su risa estúpida, la cantinela habitual:) Le-na.

La Desconocida: ¿Lena…? (Y dominando un escalofrío, se vuelve hacia Tía Lena)

Salter: (Rápido, mostrándola) ¿Ven ustedes? ¿Ven ustedes? ¡Llama a Lena! ¡Se ha vuelto a mirarla!

Boffi: (Protesta) ¡No, no! ¡Eso ya se ha aclarado!

La Desconocida: ¿Qué es lo que se ha aclarado?

Tía Lena: No me llama a mí…

Boffi: Es una cantinela, señor… como un estribillo que repite siempre…

Salter: A mí me basta con que se haya vuelto…

La Desconocida: …para tener la prueba de que yo no soy Luchi, ¿verdad?

Salter: Hasta ha dicho: «¡Prueba a llamarla tú también!»

La Desconocida: Que usted no iba a creerme, ya lo sabía; pero los he sorprendido a ellos aquí, ahora, cuando ésta (Lena) llamaba… «Luchi… Luchi…»

Tía Lena: (Afligida, disculpándose) Pero si fue porque… mira…

Tío Salesio: (Al mismo tiempo, señalando a Salter) …insistió tanto…

Boffi: (Al mismo tiempo) …al oír aquel «Le-na… Le-na…»

La Desconocida: (Dominando las voces simultáneas) ¡Sí, sí, claro…! Es natural… es natural…

(A Lena) Y veo cómo me miras ahora…

Tía Lena: (Turbada) ¿Cómo te miro..?

La Desconocida: (A Tío Salesio) Y tú, también…

Tío Salesio: ¿Yo? No… no…

La Desconocida: Y usted mismo, Boffi…

Boffi: ¡Nada de eso! Ninguno la ha reconocido (alude a La Demente)

Tío Salesio: Estamos todos… (Pero no sabe cómo decir: «Sorprendidos, anonadados.» Por otra parte, no le dan tiempo)

Boffi: Y su misma hermana, ha podido usted ver que…

La Desconocida: …Sí, me ha llamado a mí Luchi dos veces…

Boffi: (Primero a Salter) ¿Ha oído usted?

(Luego a Masperi, con intención) Y usted, ¿habrá oído?

Inés: (Enojada) ¡Yo le he dicho que aquí nadie quiere aprovechar…

Boffi: ¡No, lo digo porque, si acaso, de esto podría aprovecharse también Bruno!

La Desconocida: (Rápida) ¡Ah, no, él no! ¡Él no se aprovechará de nada…! Por otra parte, ¿ve usted? Está ahí más azorado que ninguno…

Bruno: (Desquitándose) ¿Azorado? ¡Asombrado de la arrogancia de este señor, que ha tenido la osadía, sí, él, de aprovecharse…!

La Desconocida: Puedes estar seguro de que él (mira a Salter) tampoco se aprovechará ni de mí ni de esta pobrecita. (Por la Demente)

Salter: Yo me he creído en el deber…

La Desconocida: …de traerla aquí…

Salter: …Sí, para castigarla a usted.

La Desconocida: (Avanzando hacia él) ¿Castigarme?

Salter: ¡Sí! ¡Por lo que ha hecho!

¡Yo he estado a punto de morir por usted; y precisamente en aquel momento, usted fue capaz de venirse aquí engañando a otros!

La Desconocida: ¡Yo no he engañado a nadie!

Salter: ¡Sí, sí, ha engañado! ¡Engañado!

Bruno: (Intentando lanzarse sobre él) ¡Si vuelve usted a hacer esta afirmación…!

La Desconocida: (Rápida, deteniéndolo) ¡No… calma, calma, ten calma…!

Boffi: ¡Él lo provoca!

La Desconocida: ¡Basto yo!

(Y rápida a Salter) Con mi «impostura», ¿verdad? ¿Ha presentado usted la prueba? ¿Cómo? ¿Así…? ¿Con esta atrocidad que ha tenido usted la osadía de cometer? ¿Y usted?

(Al Doctor) es el médico que se ha prestado…?

Doctor: Me he prestado, sí. Tanto más, que ha habido motivo para suponer…

La Desconocida: …¡Ah, sí… eso es verdad! Que aquí tuvieron interés en que no se produjera una duda quizá también interesada… Les aseguro que me alegro de que lo hayan conseguido: la duda, en efecto, ha surgido.

Tía Lena: ¡No, no!

Boffi: (Al mismo tiempo) ¿Cuándo?

Tío Salesio: (Lo mismo) ¿En quién? ¡No!

La Desconocida: (Casi gritando) ¡Me alegro!

(Luego, en otro tono) Decís que no… os he sorprendido…

Tío Salesio: ¡Si no la hemos reconocido!

La Desconocida: ¡No importa!

Boffi: ¡Esté usted segura, señora…! ¡Apuesto a que no lo cree él mismo siquiera!

La Desconocida: ¡No importa! (Luego, andando lentamente, frente a Salter:) ¡Fíjese de qué especie tan curiosa debe ser mi «impostura», que yo, yo misma, como todos, he notado que, apenas bajé, me miró usted! ¡Y fíjese usted, Boffi, que sólo para resistir a la duda que le entró…!

Boffi: Le juro que a mí no me entró ninguna duda…

La Desconocida: Dudó…, dudó. Y, para confortarse, ha observado, y me ha hecho observar, que ésta (Inés) me ha llamado Luchi dos veces…

Boffi: ¡No, no! ¡Porque es verdad, dispense! ¿Qué duda quiere que me haya entrado respecto…? (Señala a La Demente)

La Desconocida: ¡No, no…! Respecto a mí, respecto a mí…, incluso sin haber podido reconocerla a ella. Es la duda más natural del mundo… cuando aparecí de improviso… Perplejos como estaban… Y a él (Salter) le entró en el acto la duda contraria, sí, al oírme llamar Luchi por quien todavía no me había visto. ¡Pero si es natural…, natural!

(A Lena, que llora en silencio) ¡No llores ahora! ¡Cualquier certidumbre puede vacilar en cuanto surge la más mínima duda y no nos deja creer como antes!

Salter: ¿Usted misma admite, entonces, que puede no ser Luchi?

La Desconocida: ¡Es otra cosa muy distinta lo que admito! ¡Admito que Luchi puede ser también ésta. (La Demente)… si ustedes quieren creerlo!

Tío Salesio: ¡Pero nosotros no lo creemos!

Salter: (Rápido, indicando primero a La Desconocida y luego a La Demente) ¡Claro! ¡Porque ella se parece, y la otra no!

La Desconocida: ¡Ah, no! ¡Eso no! ¡No porque me parezca! Yo misma…, precisamente yo…, he dicho antes a todos que no es prueba, ¡ninguna prueba!, mi parecido…, este parecido por el que todos han creído reconocerme. Precisamente, grité: «¿Pero cómo es posible? ¿Ustedes creen? ¿Una mujer a la que le ha pasado la guerra por encima…, al cabo de diez años…, iba a permanecer así… la misma?» Al contrario: esa sería en todo caso una prueba de que no soy yo.

Masperi: (Convencido, espontáneamente) ¡Claro! Eso…

La Desconocida: (Rápida, volviéndose a él) ¿No es verdad? ¡Una prueba de que no puedo ser yo!

(De nuevo a Salter) ¿Ve usted? Hay quien hasta ahora no había pensado…

Bruno: Me parece que tú estás haciendo de todo…

La Desconocida: ¡Pero si tú estabas de acuerdo…!

Bruno: ¿Yo?

La Desconocida: ¡Tú, tú!

Bruno: ¿Cuándo? ¿Qué dices?

La Desconocida: ¡Cuando te lo dije allí! ¡Y usted también se quedó vacilando, Boffi! ¡Por fuerza! Solamente cuando se cree, o cuando resulte cómodo creer, no se piensa o no se quiere pensar una cosa tan clara: que ser así, la misma, es más bien una prueba en contra, y que, por consiguiente, ¿por qué no?, Luchi pudiera ser esa desgraciada, ¡precisamente porque ya no se parece en nada!

Bruno: ¡Eso es un placer malvado!

La Desconocida: ¡Te he dicho que yo tengo que responder ante él (Salter) de mi impostura!

Bruno: ¡Cómo! ¿Así? ¿Haciendo tú misma dudar de ti?

La Desconocida: ¡Así, así! Porque quiero que todos, sí, duden de mí, como él; para permitirme al menos esta satisfacción de quedar siendo yo la única que cree en mí. (Señalando a La Demente) ¿No la habéis reconocido…? ¿Quizá porque está desconocida? ¿Porque al mirarla no os parece ella? ¿Porque no os han traído pruebas suficientes? ¡No, no! ¡Es sólo porque todavía no os parece que podáis creerlo! ¡Eso es todo! ¡Más de un desgraciado, al cabo de los años, ha vuelto así (señala a La Demente), ya casi sin aspecto…, desconocido, perdida la memoria… y hermanas, esposas, madres, ¡madres!, se lo han disputado! «¡Es mío!» «¡No! ¡Es mío!» ¡No porque les pareciera suyo, no; no puede parecer igual el hijo de una al de otra; sino porque lo han creído, han querido creerlo! ¡Y, cuando se quiere creer, no hay pruebas en contrario que valgan! ¿No es él? ¡Pues, para aquella madre, sí, es él ¿Qué importa que no sea, si aquella madre lo tiene con ella, y, con todo su amor, lo hace suyo? ¡Sin pruebas, lo cree! ¡Contra toda prueba, lo cree! ¿Acaso no me habéis creído a mí sin ninguna prueba?

Boffi: ¡Porque es usted y no hacen falta pruebas!

La Desconocida: ¡No es verdad!

(Volviéndose rápida a Bruno, que protesta) ¡Estáte tranquilo, amigo mío, que no va contra tus intereses, ¡al contrario!, si intento demostrar que verdaderamente Luchi puede ser ésa (la Demente). ¡Han nacido tantas sospechas – perdonad, me lo ha dicho tío Salesio – porque me he estado aquí encerrada durante cuatro meses, sin querer ver a nadie…!

Bruno: ¡Pero todos han comprendido el motivo!

La Desconocida: (Guiñando el ojo a Tía Lena) Excepto los «maliciosos», ¿eh?

(Luego a Bruno) Lo malo es que lo afirmas tú…

(A Masperi) Ya ve usted que está trabajando, ya se ve…

Masperi: (Sorprendido) ¡No, no…, yo..!

La Desconocida: ¡Cómo que no! ¡Se le nota…! Siga, siga usted profundizando sobre lo que acabo de decir. ¡Es tan sospechoso…, ¡qué sé yo…! que alguna, aprovechando cierta semejanza que, por ejemplo, a alguien le convenía encontrar en ella…!

Bruno: (Mascullando y subrayando) Me convenía muy bien… a mí…

La Desconocida: (Rápida) ¡Cómo! ¿Han sospechado eso?

Bruno: Lo has sospechado tú.

La Desconocida: Precisamente.

(Luego, acercándose a Masperi) Pues bien: digo que es sospechoso eso de que yo me haya estado aquí con toda calma…

(Guiña el ojo a Tío Salesio:) cuatro meses, preparándome para convertirme en aquélla (la del retrato) …diciendo primero que no podía soportar que nadie me visitara (a Salter, guiñando) …y afortunadamente, ¿sabe?, el pretexto era… comodísimo para él (Bruno).

Bruno: (Rápido, a los parientes) ¿Qué os dije a vosotros?

La Desconocida: ¡Se lo dirías…, pero mira cómo ahora me escuchan a mí!

(A Salter) …¡Un pleito aquí entre ellos; cuestión de intereses! (A Inés y a Masperi) Se puede fingir perfectamente, en principio, no querer tener en sí ningún recuerdo… y, en efecto, ¡pobres de Lena y tío Salesio si intentaban siquiera insinuarme alguno! Y se puede también fingir haberlos perdido, pero, entretanto…, ¿eh?, írselos fabricando poquito a poco. (Se acerca a Boffi) ¿No necesitó él (Bruno) cierto tiempo para reconstruir el chalet en ruinas, las tierras arrasadas? Pues yo también necesitaba tiempo para reconstruirme, piedra sobre piedra, como el chalet; y la piedad de los recuerdos de la pobre Luchi, trasplantados a mí, el tiempo de volver a criarlos para hacerlos volver a florecer… (Va lentamente hacia Inés con los brazos extendidos:) hasta el punto de poder recibir, por fin, convenientemente, incluso a una hermana… (le coge las manos) y poder hablarle, por ejemplo, de cuando las dos éramos pequeñas, y jugábamos, huérfanas las dos, educadas por los tíos…, hacerme…, hacerme…, en una palabra: llegar hasta parecer «escapada de ese retrato», como dice tío Salesio, copiando incluso el vestido…

Inés: ¿Copiando?

La Desconocida: Sí…, me había vestido hace un rato, para recibiros a vosotros…, exactamente como en ese retrato…

(A Lena) ¿No es verdad…? Y subí a cambiarme, porque verdaderamente me pareció demasiado…

(Movimiento en los otros de violencia, de duda, de consternación:) ¿Eh? ¿Sí? ¿Por fin os entra esa sospecha… si no la habíais tenido antes…?

Masperi: (Casi asustado) ¡Oh, no…, jamás!

Inés: ¿A quién iba a pasarle por la mente…

Bárbara: …semejante cosa?

La Desconocida: (Señalando a Bruno) A él. A él le pasó por la mente… semejante cosa.

Bruno: ¿A mí?

La Desconocida: Sí… Y ahora tienes el terror de que… esa sospecha que se puede tener, que yo misma he tenido…, ¡se descubra que es verdad!

Bruno: ¡Cómo! ¿Verdad? ¿Podríais creerla vosotros?

La Desconocida: ¡La creen! ¡La creen! ¡Porque lo es! ¡Es la verdad! ¡La verdad de los hechos! ¡Precisamente la «impostura» en que él (Salter) cree!

Boffi: ¿Pero qué dice usted, señora?

Tío Salesio: ¿Cómo es posible?

Bruno: Esta es una venganza contra mí, más feroz que la de éste (Salter).

La Desconocida: ¡No es mía, no es mía la venganza! ¡Se vengan los hechos, amigo mío, se vengan los hechos! ¡Yo no puedo aceptar, en efecto, el reconocimiento de éstos! ¡Debías reconocerme sólo tú, desinteresadamente! ¡Yo no he venido aquí para defender una dote! ¡Sería verdaderamente un engaño, esto que no he pensado hacer, que no puedo hacer! ¡Sí, entonces sería verdaderamente la «impostura» que el dice! Si te es útil, mira…, para que no te parezca una venganza, cree en ella. ¡Ante los hechos, cree en ella!

Bruno: ¿En qué tengo que creer?

La Desconocida: En esta mi impostura, ¿qué más quieres que te diga?

Bruno: (Exasperado, enfrentándose con ella) ¡Lo haces por ponerme a prueba! ¡Estás haciendo todo esto por ponerme a prueba!

La Desconocida: ¡No, no! ¡De verdad!

Bruno: ¡Sí, es por eso! ¡Es por eso!

La Desconocida: Mira a ver si no es una nueva maniobra tuya…

Bruno: ¿Qué maniobra?

La Desconocida: ¡Dar a entender que lo estoy haciendo por eso!

Bruno: ¡No!

La Desconocida: ¿No? ¡Pues, entonces, cree en ella! ¡Y digo que desde ahora podéis creer todos en ella, sí, sí, y creer lo que dice éste (Salter) y darle la razón! ¡Toda la razón! ¡También por lo que respecta a esta pobrecita! ¡Sí…, que puede ser ella… Luchi… realmente! ¡Miradla!

Se acerca más a la Demente, y de nuevo, con piadosa delicadeza, le pone los dedos bajo la barbilla.

La Demente: (Apenas tocada, repite:) Le-na…

La Desconocida: (A Tía Lena) Lena…, ¿oyes? ¡Pero si te llama a ti! ¿Por qué no quieres creerlo?

La Demente: Le-na…

La Desconocida: ¡Ahí lo tienes! ¡A ti, de verdad! ¡Yo no quise verte, yo te hice marchar fuera de aquí durante más de un mes; cuando te vi, no supe decirte nada. Ésta viene llamando a Lena. Siempre ha llamado a Lena. ¿Y tú no quieres creerla? ¿Porque no te ha respondido? ¡Y cómo quieres que te responda! ¿No ves…? (Contempla con infinita tristeza a la Demente) Cuando llama a Lena así, con esa sonrisa… jamás podrá pronunciar ninguna otra palabra…

(Hablándole) Llamas, ¡quién sabe desde qué momento lejano, feliz…, de tu vida…, del cual quedaste suspendida…, allí…, ya no ves otro momento..! Nadie puede darte ya nada… ¿La piedad…? ¿Para qué te sirve? ¿El cuidado que los demás puedan tener de ti? Ahora… feliz con esa sonrisa… estás salvada tú…, inmune…

(A Salter) ¿A quién se la ha traído usted aquí?

(A Lena, que, casi arrepentida, atraída instintivamente por la emoción, se ha acercado) ¡Ah…! ¿Te has acercado?

Tía Lena: (Casi sin voz, espantada) ¡No! ¡No!

La Desconocida: (Dulcemente) Sí, estáte aquí, estáte aquí… Y quizá también la hermana…, mientras yo le digo a éste (acercándose a Salter) otra cosa (Mirándolo fijamente) Usted, además de un mal hombre, debe ser un mal escritor.

Salter: ¿Yo…? Puede ser… ¿Por qué?

La Desconocida: Todo lo que usted escribe… para usted… debe ser impostura y nada más.

Salter: ¡A mí…!

La Desconocida: …¡Su literatura! No debe usted haber puesto nunca en ella, ni corazón, ni sangre, ni estremecimiento de los nervios, de los sentidos…

Salter: ¿Nada?

La Desconocida: Nada. ¡Y no debe haberle nacido nunca de un tormento verdadero, de una desesperación auténtica, la necesidad de vengarse de la vida como es, como se la han hecho los demás, y los azares, creando otra mejor, más hermosa, como debería haber sido, como usted hubiera deseado que fuera! ¿Y porque usted es así, porque me ha conocido – tres meses – como he podido ser con usted, la mía es también otra impostura semejante?

Salter: ¿Y usted ha puesto corazón en ella…?

La Desconocida: ¿Quiere usted decirme por qué lo habría hecho, si no?

Salter: ¡Por liberarse de mí!

La Desconocida: Para liberarme de usted, no necesitaba engañar a otro.

Salter: Me parece que acaba usted de confesar que lo ha engañado.

La Desconocida: ¡Ah, bien! ¿Le parece a usted que lo he engañado?

Salter: Puede haber tenido su finalidad ahora el confesar, obligada…

La Desconocida: ¿Qué finalidad?

Salter: Algún interés…

La Desconocida: ¿También? Se ve que usted, al escribir, sólo juega para ganar. ¿Quiere usted ver cómo se juega gratis? ¡Voy a jugar solamente para usted! ¡Nadie tiene que aprovecharse de mi juego! ¿Mi impostura? ¡Según como se caiga, señor Salter, bajo las desventuras! Mire: se puede caer así (señala a La Demente), cuando se cae en manos de un enemigo feroz, que ultraja…; entonces hermosa, joven…, sorprendida sola aquí, en el chalet… ultraja el cuerpo con todas las ignominias que usted sabe, y hace escarnio del alma hasta hacerla enloquecer, y reducirla así hasta hacerle imposible – por sí misma – el retorno; y se puede…, sí, siempre caer, cierto, pero de otra manera; sufrir todas las vergüenzas y ultrajes igualmente hasta enloquecer; sí, pero también de otra manera…, encontrando, por ejemplo, en la locura, una fantástica venganza contra el propio destino…, en el horror de todo lo que le han hecho, la sensación de haber quedado toda tan sucia, que llegue a experimentar verdadero asco, verdadero espanto ante la sola idea de poder volver a la vida de antes…

Salter: (Recordándole feroz) …¡Usted está jugando…!

La Desconocida: …¡Espere…! Quiero decir a la vida de antes, por ejemplo, aquí, en este chalet… donde…, ¡Dios mío!, fresca como una flor y limpia…, a los dieciocho años…, se abraza a ella… (Alude a Inés, sin volverse a mirarla, como si no estuviera allí presente y la viera en el pasado, cuando, a los dieciocho años, acompañada de ella, se casó allí, en el chalet donado como dote de su tío. Muy lentamente, mientras sigue hablando, retrocede hasta tocarla, y dice las últimas palabras apoyando la cabeza contra el pecho de la hermana:) …fuerte, fuerte, sin querer soltarse de ella…, no porque no lo quisiera a él…, sino porque aquella noche…, ignorante de todo…, las palabras de su hermana que lloraba, ¡ignorante como ella!: «Dicen…, ¿sabes…?, que él ahora tiene que verte…»

Inés: (En un arranque de viva emoción, abrazándola) ¡Luchi! ¡Luchi!

La Desconocida: (Deteniéndola, confusa) ¡No…, espera, espera…!

Bruno: (Con alegría triunfante) ¡Eso no te lo he dicho yo!

La Desconocida: (Después de mirarlo fijamente, le dice con frialdad) Yo podría hacerte enloquecer. No me lo ha dicho nadie.

(Y añade en seguida, al ver que Bruno, casi involuntariamente, se ha vuelto a mirar a Lena) ¡No, tampoco Lena, no! ¡Figúrate! Una cosa tan íntima – lo he recordado aposta – no podía habérmela dicho, sino con la confianza entre hermanas, la que realmente lo dijo entonces.

(A Inés) ¿No es verdad?

Inés: ¡Sí, sí!

La Desconocida: (Volviéndose rápida a Bruno) ¡Tú has buscado mal a Luchi! Le reconstruiste en seguida el chalet, pero no buscaste, no buscaste bien nunca, a ver si entre las piedras esparcidas y el desorden de las ruinas había quedado algo de ella, de su alma…, algún recuerdo verdaderamente vivo…, ¡para ella! ¡No para ti! ¡Por fortuna, lo he encontrado yo!

Bruno: ¿Qué quieres decir?

La Desconocida: (No le responde y se dirige a Salter) ¿Comprende? Y entonces, tan manchada ya, que no podría volver a estar limpia, ¡lejos, con el más estúpido de aquellos oficiales! – precisamente, precisamente como le conté allí -. Lejos, primero en Viena, durante unos años, con el barullo, después de las sacudidas de la guerra…; luego en Berlín…, en aquel otro manicomio… Una noche se ve en el teatro a la Barth…, se aprende a bailar…, la locura se ilumina…, aplausos…, un delirio…, ya no ve una por qué despojarse de aquellos velos colorados de la locura… Se puede también bajar a la plaza, andar por la calle con aquellos velos… En los cafés nocturnos, después de las tres…, entre los payasos vestidos de frac…, ¿eh, señor Salter…? mientras no se vuelven, como se volvió usted, lúgubre e insoportable…, y hasta que una noche, de repente, cuando menos te lo esperas (va hacia Boffi), llega uno que pasaba por allí, deslizándose como un diablo, y llama: «¡Doña Lucía, doña Lucía! ¡Su marido está aquí, a dos pasos: si quiere usted, lo llamo!»

(Alejándose con las manos sobre la cara) ¡Dios mío! Podéis creerme: él buscaba a una que ya no podía existir; a una que sólo en mí creía poder encontrar viva, para rehacerla, no como ella quería ser – que ella, para sí, ya no quería ser nada—, sino como él la quería.

(Sacudiéndose para liberarse de una loca ilusión, y enfrentándose con Salter) ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! ¿Ha venido usted a castigarme por mi impostura? ¡Tiene usted razón! ¿Sabe usted hasta dónde quería hacer llegar esta impostura? Pues hasta hacerme reconocer por tres personas: mi hermana, mi cuñado, mi cuñada – hermana de mi marido -, a los que estoy viendo por primera vez en mi vida.

Inés: (Con enorme estupor) ¡Pero, Luchi!, ¿qué dices?

La Desconocida: ¡Como es verdad que yo no había estado aquí nunca hasta que él me trajo…!

Bruno: (Agitado, gritando) ¡Tú sabes bien que no es verdad!

La Desconocida: ¡Es verdad, es verdad!

Bruno: ¡Quieres hacerlo creer! ¡Lo estás diciendo por…!

La Desconocida: …¡Sí: porque me encanta que sigáis creyéndome Luchi! ¡Pero ahora, Luchi se va! ¡Se vuelve a bailar!

Bruno: ¿Qué?

La Desconocida: (Indica a Salter) ¡Me voy con él! ¡Me vuelvo a Berlín, a bailar! ¡A Berlín!

Bruno: ¡Tú no te mueves de aquí!

La Desconocida: ¡Te he dicho que has buscado mal a Luchi! ¡Sabrás, amigo mío, que arriba, en la trastera, tú habías dejado que arrinconaran, sin enterarte siquiera, un armario de sándalo, todo roto, que conservaba todavía en las puertecitas algún insecto de plata! Lena me ha recordado que aquel armarito lo guardaba Luchi porque había sido de su madre. ¿Sabes lo que he encontrado en un cajoncito de aquel pequeño armario? Un cuadernito de notas de Luchi, donde estaban las palabras que le dijo Inés el día de la boda: «Dicen…, ¿sabes…?, que él, ahora, tiene que verte…» ¡Ese cuadernito es mío y me lo llevo! Tanto más, que – ¡es curioso! – hasta la letra parece de mi puño.

(Ríe; inicia la huida; se detiene para añadir:) ¡Otra cosa, otra cosa! No te olvides de hacer que la hermana mire a ver si esta pobrecita tiene aquí, en el costado…

El Doctor: …Sí…, una mancha…

La Desconocida: …¿Roja? ¿En relieve? ¿De veras la tiene?

El Doctor:Sí, en relieve. Pero no roja, es un lunar… y no exactamente en el costado…

La Desconocida: En el cuadernito dice: «Roja y en relieve… en el costado, como una conchita.»

(A Bruno) ¡Se habrá ennegrecido…! ¡Habrá cambiado de sitio…! ¡Pero la tiene! ¡Otra prueba de que es ella! ¡Creedlo, creedlo, que es ella! ¡Vamos, Salter! Boffi, usted se acordará de mandarme todas mis cosas.

(A Salter) ¿Está el coche fuera? ¡Me voy así!

Y corre hacia la puerta.

Salter: ¡Así, así! ¡Vamos, vamos!

Ambos se precipitan hacia el coche que está en el jardín.

El Doctor:(Moviéndose él también con LA Enfermera) ¡No, esperen! ¿Y nosotros?

Bruno: (Aturdido, asombrado como todos) ¡Cómo! ¿Así?

Y sale él también, seguido de los demás, al jardín.

Ahora se oyen sus voces confusas y animadas.

Quedan en escena sólo la Demente y Tía Lena, que se mantiene a distancia. Insegura ella también, asustada.

La Demente: Le-na…

Telón

1930 – Como tu me deseas
Tragedia en tres actos
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

In Italiano – Come tu mi vuoi

««« Pirandello en Español

Se vuoi contribuire, invia il tuo materiale, specificando se e come vuoi essere citato a
collabora@pirandelloweb.com

ShakespeareItalia

Skip to content